Fin de semana entretenido. El presidente Zapatero reunió en la Moncloa a 37 grandes empresarios para pedirles consejo sobre la crisis económica y hubo elecciones en Cataluña donde triunfó el centro-derecha nacionalista. Además de eso, el lunes, que suele ser un día aburrido, se celebró un partido de fútbol de esos llamados «del siglo», aunque se juegan dos, por lo menos, cada año. Siempre con los mismos protagonistas, como si fuese el duelo eterno entre Dios y el diablo.

De la reunión entre el presidente del Gobierno y los empresarios trascendió poco, excepto las generalidades habituales, porque cada uno de los intervinientes sólo tuvo tres minutos para exponer su punto de vista. Traduciendo al román paladino el ambiguo lenguaje de los medios, parece que los empresarios pidieron celeridad en la conversión de las cajas de ahorros en bancos, ayudas públicas para las entidades financieras que dudan de recuperar los préstamos que alegremente concedieron a la compra de viviendas, aumento de la edad de jubilación y abaratamiento de las pensiones y profundizar en las reformas laborales. (Profundizar en las reformas laborales es una forma retórica de expresar que hay que enterrar definitivamente las conquistas sociales). Unas peticiones, por otra parte, muy coherentes con los intereses de unos señores que representan un 40 por ciento del PIB de España y ya han acreditado beneficios este año pese a la intensidad de la crisis.

Para adoptar ésas y otras medidas que no se explicitan claramente (como la opción por la energía nuclear), los empresarios le han pedido al señor Zapatero que «no le tiemble el pulso». Una consigna destacada en los titulares de casi todos los periódicos. La expresión estuvo muy de moda durante la dictadura y el general Franco la empleaba frecuentemente en sus discursos. A él no le temblaba nunca el pulso, ni siquiera cuando contrajo la enfermedad de Parkinson. La firmeza del pulso de Franco era legendaria y le permitió rubricar sin remordimiento alguno sentencias de muerte hasta en los momentos finales de su vida, cuando ya era un anciano achacoso.

Cuando a un político en España se le pide firmeza en el pulso hay que ponerse en lo peor. Al margen de todo ello, la cita de la Moncloa nos permitió ver por televisión la imagen de una gente que suele permanecer en la penumbra. El índice corporal de la mayoría de ellos superaba el 30 por ciento; quiero decir que era gente sobrada de peso. Algunos se acercaban a las escaleras del palacio con paso algo claudicante, en una forma parecida a como lo hacen los plantígrados cuando caminan sobre las dos patas de atrás. Presentaban, en general, un aspecto poco atlético. Aunque no hay que fiarse de las apariencias. Lo mismo se comportan los osos antes de dar el abrazo mortal.

La impresión de los observadores es que el objetivo de la reunión era dar confianza a los mercados. Una versión optimista. Particularmente, la cita me recuerda el conocido refrán español «reunión de pastores, oveja muerta». Lo de dar confianza a los mercados es una tabarra que se repite continuamente, venga o no a cuento. Una vez conocido el resultado de las elecciones catalanas, con el triunfo del bipartito (Convergència i Unió) sobre el tripartito (PSC, Esquerra, ICV), compareció ante los medios un exultante Duran i Lleida para explicar que esa circunstancia daría tranquilidad a los mercados. «Ya será al mercado de La Boquería», me comenta un amigo que reside habitualmente en Barcelona.