Y ellos, los bárbaros, que aparecen encasillados y formando bandas, hordas o montoneras, no tienen en realidad verdadera disciplina, pues no es la del rebaño. En cuanto desaparece el guión o la enseña, la banda se desbanda; en cuanto desaparece el mandón, se desmanda. La íntima y profunda indisciplina, el atomismo social, la anarquía presuponen el cacique. Y una de las cosas que más hieren a los bárbaros es que haya quien rehúse y rechace cacicatos de toda clase, que implican siempre una especie de matonería.

Unamuno

Quién no recuerda aquel editorial conjunto de doce diarios catalanes apelando a la dignidad de su tierra, en vísperas de la proclamación de una sentencia que tanto se hizo esperar sobre el Estatuto de 2006? Se consideraba que estaba en juego la dignidad de un pueblo al que se le había convocado a las urnas para que se pronunciase sobre un Estatuto que había sido aprobado por los parlamentos de Cataluña y España y que se temía que fuese en gran parte invalidado por un Tribunal Constitucional que había estado aplazando más de lo razonable su sentencia. Sin embargo, la dignidad de Cataluña no sólo sufría menoscabo por aquello, sino también por el hecho de que habían estallado mayúsculos escándalos de corrupción como el del Palau, entre otros, cuyas salpicaduras abochornan a cualquiera.

Y, mucho más recientemente, entre nosotros, Álvarez-Cascos, tras ser rechazado por la cúpula del PP como candidato al Gobierno de Asturias, dio un sonoro portazo al que fuera su partido durante más de tres décadas y justificó su decisión apelando a la dignidad. Y a este propósito, las dimisiones que se han producido por parte de personas que apoyaron a Cascos en esta larga travesía de la candidatura son una demostración de dignidad y coherencia política que resultan muy encomiables. También es respetable la postura de aquellos otros que, tras la decisión del ex ministro de darse de baja en su partido, no lo acompañan en su nuevo proyecto, puesto que su afán era que su líder encabezase la candidatura del PP, y no otra. Lo que no acierto a explicarme es que continúen en sus puestos diputados y concejales del PP que siguen apoyando a Cascos, porque eso tiene toda la apariencia de que lo primero de todo es el apego al cargo más allá de discursos y compromisos con determinados proyectos.

Y lo que tampoco consigo entender es que siga habiendo dirigentes del PP que, sin explicar los motivos, hayan pasado del elogio desmedido a Cascos a animadversiones tremebundas. Ya que tanto se habló de la motosierra en este enconado asunto, lo más demoledor para unos cuantos sería la hemeroteca.

Alguien debería mostrar a muchas de estas buenas gentes lo que Kant escribió en algún sitio acerca del uso público de la razón privada, en el sentido de que, siendo lícito cambiar de opinión, cuando de actuaciones públicas se trata, hay que explicar los motivos de esas mudanzas tan radicales en sus declaraciones públicas.

Y, siguiendo con Cascos, lo de recuperar el orgullo de ser asturianos, que tanto está dando que hablar, más allá de que fuese oportuno y acaso también oportunista, repercutió tanto porque, sobre todo fuera de Asturias, se interpretó como un guiño nacionalista, y aquí, en su mayor parte, tocó una fibra sensible en el sentido de que es mucho el hartazgo que se vive con respecto a los incumplimientos de los gobiernos de Zapatero y también en relación al PP, cuya cúpula apenas visita esta tierra. De un lado, el sentirse ninguneados genera llamamientos a la dignidad, a que se nos tome en consideración. Y, de otro lado, los espectáculos políticos internos desde el «Petromocho» a esta parte, pasando por la ruptura del PP durante el período de Marqués y culminando con este circo de insultos y descalificaciones entre los partidarios y detractores de Cascos, también suponen argumentos obligados para que la vida pública asturiana recupere su dignidad.

Si el «Petromocho» fue un mazazo, la crisis que llevó a Marqués a fundar URAS supuso algo parecido. Añádanse a ello los despilfarros y los nepotismos de la era de Areces que ahora termina. Y, como guinda, no se pierda de vista tampoco la existencia de una coalición de izquierdas, usufructuaria del arecismo, que también dio sus espectáculos vergonzosos hace poco más de dos años.

Es incontestable que la vida pública necesita recuperar el decoro, es imprescindible que las apelaciones a la dignidad en política sean algo más que retórica.

Lo curioso es que dos culebrones, uno en Cataluña y otro en Asturias, uno, con el relato de una sentencia que no acababa de dictarse, otro, con la decisión de una candidatura que se vino retrasando en la medida que fue provocando mayor crispación, sirviesen como detonantes en Cataluña y en Asturias, en Asturias y en Cataluña, para que los requerimientos a la dignidad en sus ciudadanías respectivas hayan sido y estén siendo más estrepitosos en la medida en que produjeron hartazgo y rubor.