Mateo y Lucas sitúan el sermón de la montaña, las bienaventuranzas, al comienzo del ministerio público de Jesús, pero la versión de Lucas difiere de la de Mateo en dos aspectos: por una parte, presenta cuatro bienaventuranzas en vez de las ocho de Mateo, pero añade cuatro amenazas. El lenguaje de Lucas es más duro, más incisivo. Hay también, entre los dos evangelistas, diferencias de escenario. Mateo, cuando nos describe las bienaventuranzas, sitúa a Jesús en la montaña, siguiendo la mentalidad judía y teniendo en cuenta a sus lectores cristianos judíos. La divinidad se hace presente en la montaña, lejos del pueblo, a través del rayo que salía de la nube y del trueno que retumbaba. Lucas es más abierto y universal, se dirige a las comunidades cristianas no judías y coloca a Jesús, comunicando su mensaje, en el llano, allí donde se desarrolla la vida y la historia del pueblo. Para hablar con Dios no es necesario que el hombre suba, sino que es Dios quien desciende, facilitando el encuentro y el diálogo.

Las bienaventuranzas, carta magna del cristianismo, son las señales de tráfico, según Juan Pablo II, que indican la dirección que debemos seguir. No son una compensación para que las personas se resignen ante las frustraciones de la vida, no son un consuelo y estímulo para encajar situaciones injustas, no son una escala de valores como si presentaran como ideales de vida la pobreza, el hambre, las lágrimas, el sufrimiento, la persecución. A Dios no le gusta que haya pobres y por desgracia, hay demasiados pobres, demasiadas injusticias, demasiadas lágrimas que ahogan la paz, que se mezclan con las risas de los satisfechos.

Las bienaventuranzas son una llamada a la responsabilidad, son la voluntad inconformista y decidida de transformar la realidad. Las bienaventuranzas van a ser, desde ahora, el referente fundamental de las palabras y los hechos de Jesús, la razón y el ser del Reino de Dios. Jesús de Nazaret puso en pie la dignidad perdida por la pobre gente.

Los marginados, los malditos, los pobres y los enfermos, los perseguidos por causa de la justicia van a ser ahora los predilectos, los preferidos, los primeros del Dios de Jesús.

Lo que necesitamos no son teorías sino ejemplos, testimonios, modelos cercanos y posibles que impidan el sufrimiento de los que la sociedad arrincona y margina.