A raíz del último «ataque de los mercados» contra las deudas española e italiana (hay quien cree que la embestida definitiva, desencadenante del rescate, se produciría en otoño... a no ser que los transalpinos nos adelanten), economistas y políticos tratan de desviar la atención sobre las causas de nuestros males.

Uno de los argumentos más usados por los primeros es que, en cuanto a endeudamiento sobre el producto interior bruto (PIB), «no estamos tan mal» como Italia y Bélgica (ya que las previsiones para 2011 no superan el 70% del PIB, frente a niveles superiores al 100% en los países citados). Y es cierto. Pero ¿por qué los mercados «no atacan» a Japón, con una deuda cercana al 200% del PIB? Quizá porque nuestro mayor problema no es la deuda pública, sino que los inversores desconfían de que, con un crecimiento bajo, difícilmente bajará el apalancamiento privado... equivalente al 250% del PIB. Si a ello unimos episodios sonrojantes en algunas cajas (como CCM o CAM), donde se comprobó que los balances eran peores a los mostrados por sus gestores, la sospecha se extiende a todo el sector financiero («el más sólido del mundo», según afirmaba ZP en 2008, ¿recuerdan?).

Peor es la especie instalada en ciertos comentaristas (cercanos a los probables ganadores de las elecciones), al urgir a Zapatero a «adelantar más los comicios». Creen (?) que una mayoría absoluta del PP tendría efectos balsámicos sobre la economía, ya que pronto brotarían grúas para construir pisos y multitud de «start-ups», que convertirían a España en la «nueva Silicon Valley» de Occidente. Lamentablemente, la situación supera a cualquier propuesta procedente de nuestros insignes políticos, ya que el destino económico español «no depende de nosotros», como señalaba hace poco el diario portavoz de Wall Street.