Las advertencias acerca de la sequía, la pertinaz famosa, hacen mella en todos nosotros, quizá mayor entre los que vivimos acodados a su orilla. Aún es sólo noticia de telediario que nos escalofría con el desolador y resquebrajado plano de los embalses áridos, ese ocre de tierra cuarteada del embalse vacío, con el fantasma ruinoso de los pueblos que ahogaron bajo las aguas, ¡Fabio, ay dolor!, entre los que, en ocasiones, se yergue el vaciado ojo del campanario submarino. Vivo en la misma línea de la playa, en este pueblecito costero y silencioso durante el invierno que es Salinas y tengo a la espalda el remoto paisaje de la Cordillera y sus cumbres nevadas. En torno, aún verdea el césped que riegan y siegan los conserjes de los edificios agrupados. También llueve al caer la noche sobre el desierto paseo y cabrillea la luz de los impares focos sobre las baldosas. Durante el día, los rayos del sol se cuelan como paseantes forasteros y si el vaivén lo permite, sobre el encaje de las olas cabalgan heroicos surfistas, tal que focas traviesas. Sé que no me van a creer, pero a ratos tengo la impresión de que el mar ha encogido, como si sufriera recortes en su masa, casi infinita. A menudo aparece la silueta de los buques de toda borda, esperando, pacientes, la llegada de los ágiles vapores del práctico que pastorea los grandes tonelajes como el padre lleva al colegio a sus hijos. Los acostan y arropan en los muelles de Avilés o el más amplio regazo de Gijón.

Los viejos ya pasamos otra época de restricciones de agua, de luz, de gas, en aquella lacerada España de los 40. La escasez se cobraba sus víctimas y la conjunción de cortes en el fluido eléctrico y el gas le costó la vida a un gran amigo. Preparó el baño sin apercibirse de haberse interrumpido el funcionamiento del calentador y el gas fue depositándose en la parte inferior. Echarse en la bañera fue una zambullida en el traidor y silencioso final de aquella joven vida. Otro recuerdo, más frívolo y vergonzoso, fue la generalizada costumbre de hacer trampas en los contadores. Cometí la ratería durante algún tiempo. La muerte y el desorden sobrevienen en la escasez. Lástima que el espíritu retrógrado de los gobiernos socialistas haya impedido la construcción de centrales nucleares, a falta de mejor solución sin pasar por la costosa aventura de las renovables que no resuelven el problema, pero promueven la infamia de la subvención y las comisiones. El mar no adelgaza, pero me lo parece.