En lo sucedido con la perdigonada que Felipe Juan Froilán se dirigió accidentalmente a su pie derecho no habría que hurgar más de lo necesario, pues ya se sabe que a esta nación le sale a la mínima la veta republicana y a la Casa del Rey se le pone de vuelta y media. Ya bastante tiene con los asuntos del yerno o con esa forzada manera de hacer públicas sus cuentas cuando más apretaba lo de Urdangarín.

Sin embargo, ya que de municiones y poder hablamos, es inevitable evocar aquella genial película de Berlanga y Azcona, «La escopeta nacional» (1977), donde las cacerías eran ese espacio sociológico que lo mismo servían para nombrar un ministro que para intentar entablar un negociete de porteros automáticos (inconmensurable Saza). También es cierto que las partidas de caza eran momentos algo peligrosos. En una de ellas a Franco le reventó el cañón de la escopeta y en otra al ministro Fraga se le fue de madre una perdigonada y acabó ésta en el trasero de la hija del Generalísimo.

Pero aquellos sucesos eran lo de menos comparados con la titánica labor de levantar un país, que era a lo que el caudillo y sus ministros dedicaban todos sus afanes, aún en tiempo de caza mayor o menor. Y, de algún modo, esa grasilla que se le atribuía al régimen, ese aceite que engrasaba la recia Administración, esa pizca de contubernios o acaso de corruptelas en toda buena reunión social, era la que Berlanga y Azcona dejaban magistralmente plasmada.

Y bien mirado, el espíritu nacional de la cacería fecunda ha llegado hasta sucesos bien recientes, como aquella en la que confluyeron el entonces magistrado de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, y el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, que tenía fama de haber sido un buen rojazo, pero, a la postre, era un buen heredero de los tics del franquismo. Y lo que había sido «La escopeta nacional» en 1977 se desmadraría ya en «Todos a la cárcel» (1993), también de Berlanga, aunque notoriamente inferior a la otra, pero rebosante de aquel espíritu de corrupción que tanto amargó al Gobierno y no era más que el comienzo del trinque generalizado durante la burbuja del ladrillo y el cemento. La escopeta de Froilán es lo de menos.