La expresión «hacer tiempo» carece de correlato simétrico. Nadie dice «estoy deshaciendo tiempo», aunque en eso fundamentalmente consiste la vida. Deshaciendo el tiempo nos vamos deshaciendo a nosotros mismos hasta la disolución total, que llamamos muerte. El caso es que me encontraba «haciendo tiempo» en el aeropuerto, para aliviar la espera de un vuelo retrasado, cuando tropecé con el escaparate de una tienda de bisutería cara, valga la paradoja. Fascinado por el diseño de algunas piezas, entré para interesarme por el precio de una libélula de plata.

Detrás del mostrador, atendiendo a un cliente, había una chica un poco desaliñada de no más de veinte años. El desaliño se manifestaba sobre todo en el pelo que, aunque limpio, parecía alterado, como si fuera víctima de una tormenta eléctrica que afectara en exclusiva a la cabeza de la dependienta, cuya expresión, por otra parte, resultaba también un poco huraña. El cliente daba vueltas entre sus dedos a un broche con forma de mariposa, también muy bello. Tras una observación valorativa en la que, desde mi punto de vista, se demoró más de la cuenta, dijo:

-Es formidable.

-Sí -corroboró la chica poniéndoselo a la altura del pecho, para que el interesado viera el efecto que hacía sobre su blusa negra.

-Envuélvamelo para regalo, por favor.

La dependienta, que ni siquiera me había mirado todavía, se puso a ello y en poco más de un minuto hizo un paquete perfecto, rematado con un lazo. El cliente, una vez pagado, se lo pasó a su vez a la chica al tiempo que decía:

-Tome, el regalo era para usted.

Tras el primer gesto de sorpresa y una negativa de carácter retórico, ella aceptó el obsequio, dio las gracias y se despidió del comprador ofreciéndole la mano. Yo abandoné el establecimiento junto al hombre al que, una vez fuera, pregunté por qué había hecho aquello.

-Porque esa chica es un ángel -dijo.

Le pregunté entonces en qué sentido era un ángel y me respondió que en el sentido literal de la palabra.

-Pero ella -añadió- no lo sabe.