El presidente de Hungría, Pál Schmitt, al que conocí en el Parlamento en mi primer mandato, que habla perfecto español, ha dimitido por plagio de su tesis doctoral, delito que también le ha costado la Vicepresidencia del Parlamento a la liberal alemana Silvana Koch-Mehrin.

Sobre los detalles de esas conductas tan vergonzosas volveré próximamente. Ahora me gustaría destacar unos actos heroicos, sucedidos en Budapest, que, con autoría española, se han conocido finalmente de forma popular. «El Ángel de Budapest», la reciente producción de RTVE, ha tenido un seguimiento tres veces millonario por los televidentes y aún puede seguirse en la red. Cuánto me alegro. La lista de judíos salvados por Ángel Sanz Briz, diplomático español, en el Budapest de 1944, en torno a los cinco mil, supera con mucho la del industrial Schindler que inmortalizó Steven Spielberg, que alcanzó las doce centenas. Yo ya sabía de la gesta heroica y benéfica del entonces joven legatario español en Hungría. Federico Ysart, casado con una periodista ovetense, y, sobre todo, Dieguito Carcedo, que hizo sus primeras excelentes armas en este periódico, han publicado importantes libros del valor humano de aquella gesta, en la que Sanz Briz derrochó carácter, piedad e imaginación para las que hubo de falsear cientos de certificados y documentos, sobre la vinculación a España, como sefardíes reales o supuestos, de judíos que arriesgaban deportación a cámaras de gas.

La obra de Carcedo de Cangas de Onís, de donde han salido otros excelentes periodistas como Juan Antonio Cabezas y Pepe Comas, inspira el guión televisivo. No obstante, el legendario periodista Eugenio Suárez, en estas páginas, corresponsal al final de la guerra en Budapest, se mantiene a una cierta distancia de Sanz Briz, lo mismo que Arcadi Espada, del que no olvido ni perdono su maltrato al sensacional fotógrafo Javier Bauluz, nuestro premio «Pulitzer».

El Gobierno húngaro de entonces, títere de Hitler, no deja de recordarme al actual presidente Victor Urban, al que ya recibimos varias veces en el Parlamento; un auténtico provocador que, entre otras actitudes, ha querido terminar con la libertad de expresión de su país y que se arriesga a una escalada de sanciones de la UE. En la serie aparece la mujer de Sanz Briz hablando de su origen de Santander, «adonde ha de viajar para dar a luz». Pues resulta que a esa, sin duda también heroica dama, Adela Quijano, la conocí y tuve ocasión de departir con ella, ya fallecido su marido, en su misma casa del Sardinero. Mi mujer y yo fuimos invitados tras el concierto que el chelista Rostropovich, como director, el bailarín argentino Julio Bocca y el Ballet Nacional de Polonia, habían dado. Fue una de las memorables veladas del Festival, que todavía se celebraba en la Plaza Porticada.

Esa noche, como solista, había actuado otro artista fabuloso, el violinista Isaac Stern. Eloína y yo, lo mismo que Patricia O'Shea, asistimos a una conversación entrañable entre el judío Stern y la viuda de «El Ángel de Budapest», que hasta ahora, que tengo las claves de la historia, no pude entender en toda su hondura. Sus vidas, a juicio de Stern, habían sido de arriesgados triples saltos, más audaces que los maravillosos y arriesgados del joven Bocca en el escenario. También recuerdo que la plática se paró en China, donde los Sanz Briz fueron embajadores y el violinista americano-israelí-ucraniano había rodado «De Mao a Mozart», documental que fue «Oscar» de Hollywood. Ahora también Adela Quijano, que nos habló mucho de las Caldas, en el concejo de Oviedo, ha muerto, pero más de tres millones de españoles nos seguimos conmoviendo con lo que su marido y sus colaboradores fueron capaces de hacer. Ya dice el Talmud: «Quien salva una vida, salva a la Humanidad entera».