Uno de los lamentos más dramáticos de lo que está ocurriendo lo expresó un pensionista gijonés el pasado domingo, en LA NUEVA ESPAÑA. Tiene a su cargo a una hija con cualificada formación como ingeniera química. Despedida en la crisis, lleva meses sin encontrar trabajo: «¿Y cómo podrá vivir ella cuando yo me muera?». Asturias figura hoy como una de las autonomías que menor riesgo corre de caer en situaciones de pobreza, junto con las regiones más prósperas, el País Vasco, La Rioja y Navarra. Y no por la vitalidad de su economía sino por el elevado número de jubilados. Del total del dinero disponible para gastar por las familias, aproximadamente el 25% procede de las pensiones, según cálculos de los especialistas. Esa vinculación se agudiza en algunos concejos, como los mineros. Hay municipios en los que los inactivos aportan mayor riqueza que los propios trabajadores.

Las magnitudes impresionan. Asturias ingresa cada mes 292 millones de euros en pensiones, justo el precio del edificio del nuevo Hospital Central, y su volumen representa el 17% del PIB, casi como la industria. Con lo que truena, hay que entender estos datos como un afortunado balón de oxígeno pero, sobremanera, como un tiempo extra que nos brinda otra oportunidad, quizá la última, para cambiar el rumbo: aprovechémosla. La Asturias contemporánea fue construida sobre el binomio siderurgia-minería, muy intensivo en empleo, que hizo girar todo en su órbita y creó negocios cautivos. De ahí arranca la falta de vocaciones empresariales, nuestra carencia más importante. Esa poderosa estructura propició que la gente optara por ser asalariada, con buen empleo de por vida, antes que emprendedora. Luego, cuando quebraron los grandes grupos inicialmente explotados por la iniciativa privada, llegó la empresa pública para hacerse cargo de los restos, convertirse, con sus ineficiencias, en una nueva rémora y complicar las cosas.

Los asturianos no padecen una tara genética que les impida asumir riesgos y triunfar. Bien lo demuestran fuera o cuando lo precisan. Como a la fuerza ahorcan, resulta indicativo de un paulatino cambio de pensamiento que las preferencias de los futuros universitarios sean hoy los estudios relacionados con la ciencia empresarial.

Podemos decir que ya no existen singularidades sectoriales asturianas. La economía regional tiene una estructura similar a la española, con un poco más en energía e industria, lo mismo en servicios y un poco menos en agricultura. Incluso los salarios y las cotizaciones están por debajo de la media nacional. Sí mantenemos, por ahora, mejores jubilaciones, lo que ha ayudado a tirar del consumo y a sacar a flote inversiones importantes y de alto empleo como las de las grandes superficies.

Las pensiones no son dádivas. Si las de Asturias figuran a la cabeza es porque los trabajadores, a lo largo de sus vidas laborales, realizaron aportaciones elevadas. Pero nunca supondrán una solución. Menguarán por pura evolución demográfica, por la realidad salarial actual, a la baja, y porque ya no hay tantas provenientes de la industria, las más sustanciosas. La realidad es que las próximas generaciones verán reducidos estos privilegios. Eso sin contar el impacto de desgracias nada improbables que puedan sobrevenir, con la sostenibilidad del sistema amenazada, o con que se rompa, como anhelan los independentistas, la caja única. La de la solidaridad, la que equilibra las desigualdades.

Un modelo a pequeña escala basado en este tipo de colchones ya lo experimentó Asturias con la reconversión del carbón y acabó en fracaso. Las Cuencas optaron por las prejubilaciones para mantener el poder adquisitivo y dar tiempo a que surgieran alternativas. A pesar de las cuantiosas inversiones complementarias, lo que consiguieron fue aumentar la dependencia hasta proporciones descabelladas de las clases pasivas y empobrecerse socialmente al sacar del mundo laboral a trabajadores en plenitud de facultades. Como intento fallido basta para aprender de los errores.

Asturias posee fortalezas. Una tradición industrial arraigada que no puede improvisarse de la noche a la mañana. Una cultura de pacto entre los agentes sociales. Un mapa logístico por desarrollar y pequeñas y medianas empresas ágiles y flexibles. Las exportaciones crecen. Si los 45.000 puestos destruidos en la construcción son irrecuperables, el metal, que innova y tiene capacidad tractora, pierde menos empleos que sus homólogos en España. Áreas de enorme potencial como el comercio o la industria agroalimentaria admiten recorrido sin necesidad de cuantiosas inversiones.

Tenemos que aprovechar el amortiguador de la pensiones para crecer económicamente, generar nuevo tejido productivo, aumentar la actividad y aplicar las medidas, por impopulares que resulten, que permitan multiplicar el dinamismo cuando llegue esa recuperación, que ahora algunos ven próxima. No es un problema de recursos, ni que dependa de otros, sino de voluntad política y de nuestro coraje. Si los asturianos no tomamos conciencia pronto de esta circunstancia, si nos sentamos a esperar que otros resuelvan nuestras carencias, estamos perdidos.