Provocador e irreverente, Carles Romeu lo cuenta casi todo al relatar sus memorias. Por ejemplo, que casi le pega un puñetazo un antiguo boxeador, luego político de larga trayectoria. «Si lo tuviera aquí delante de mí, le arreaba un puñetazo y sepa usted, joven, que yo he sido boxeador aficionado», le señaló Manuel Fraga fuera de micrófono tras una emisión del programa radiofónico de Luis del Olmo. El autor de «La liga de los sin bata» cuenta que le tocó entrevistar como al resto de los humoristas de plantilla, telefónicamente, al político gallego. Qué le preguntaría que enfadó así a don Manuel. No sé si correrá el mismo riesgo con su «Ahora que aún me acuerdo de todo (o casi)», que la editorial Astiberri sacó a las librerías el 2 de noviembre, «día de los difuntos».

Romeu -«hijo de padre catalán, madre francesa, bisabuelo alemán y niñera aragonesa, lo del nacionalismo no lo tengo nada asumido», dice con la sorna que refleja en sus dibujos- es el padre de Miguelito, que inició sus aventuras con la salida a los quioscos de «El País» en 1976. Este primo español de la Mafalda argentina sigue vivo, aunque dejó las páginas del diario madrileño el 2 de enero de 2009, día de San Mainquino, San Bladulfo y San Airaldo. Persona de frágil salud, el humorista catalán recopiló sus recuerdos en medio de sus reflexiones posoperatorias, tras superar más de un tumor. No ha perdido el humor. Al recibir el premio de humor gráfico «Gat Perich», contó que escribió un artículo cuando estudiaba en los escolapios que tituló «Yo no tuve una infancia difícil, la tuve idiota» y después se enteró de que los frailes «habían encargado una misa para salvar mi alma». Ahora, en medio de la crisis y huyendo de la jubilación, cuenta su vida como si fuera un cómic, una de sus muchas historietas dibujadas a lo largo de sus casi 65 años.

Publicó su primer trabajo en la revista «Nueva Dimensión», en 1971, y desde entonces ha hecho de todo: humor en prensa y radio, guiones de televisión y obras de literatura infantil y juvenil. Cofundador de «El Jueves», codirigió «Mata-ratos» y colaboró en «Triunfo», «Por Favor», «Fotogramas», «Bocaccio», «El Papus», «Playboy», «Muy Interesante» y en «Interviú», donde sigue. Ha participado en campañas sanitarias, produjo y escribió guiones para Televisión Española y TV3, y hasta hizo sus pinitos como actor. También se vio en medio de polémicas político-educativo-religiosas cuando se publicó en España «El libro rojo del cole». Ilustró su portada y algunas páginas, allá por los años setenta del pasado siglo y aunque era, dice, casi para boy scout, el hecho de que Cristina Almeida, como concejala de temas culturales en el Ayuntamiento de Madrid, lo propusiese como lectura en las escuelas fue motivo de controversia casi nacional. Ahora dicen que fue catecismo del 15-M.

Vive entre la Diagonal y Port de la Selva, tiene perro, cuñadas y derechos de autor; cuenta que tuvo muchos oficios (instalador de rótulos luminosos, de mecheros de gas en las antiguas calderas de carbón, rotulador de cintas de coronas fúnebres, camarero, ayudante de buzo, falsificador de románico para turistas...) para pagarse su pasión, libros y copas. Con sus colegas Tom y Perich emprendió varias iniciativas humorísticas pero confiesa: «Siempre hemos dejado pasar la oportunidad de hacernos ricos. Hemos abierto camino para los demás, y después nos hemos sentado en la acera a verlos pasar. Hemos fundado revistas, hemos montado editoriales, siempre hemos tratado de hacer cosas, pero siempre han ido mal. Y cuando una iba bien, nos íbamos». Después suelta sarcástico: «¿No habíamos quedado en que la hierba del vecino siempre es más verde que la nuestra? Pues lo que hay que querer ser es el vecino». Así es de entrañable «el Romeu, tu».