La «Primavera de España» consiste en una interpelación del indignado al político que va por barrios y tiene su excusa en la desesperación del desahucio. A ella, como es lógico, se han sumado oportunistas de la agitación callejera que señalan con el dedo o golpean las puertas de los domicilios de los diputados del Partido Popular con el fin de presionarlos o amedrentarlos. Pero también hay gente que sufre una situación límite, fiarla sólo a la irresponsabilidad sería simplificar, pero ese en cualquier caso es otro debate. La portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, Ada Colau, mantiene que las protestas seguirán y no hay motivos que inviten a no creerla tratándose como se trata de una agitadora que se siente realizada en su papel.

La situación es compleja para los políticos populares encerrados, creo yo, en una estrategia equivocada de denuncias que pocos ciudadanos entienden debido al descrédito de una clase anclada en el privilegio. El pueblo cree que ha sido abandonado a su suerte y responde desde la indignación. Comparar sus insultos, por inadmisibles que parezcan en una sociedad civilizada, con los pogromos es una desproporción y, al tiempo, una indecencia por agravio al pueblo que sufrió el holocausto.

Del mismo modo que resulta inapropiado establecer una comparación entre el llamado escrache de la turba indignada y la kale borroka proetarra, que tenía en su manual de instrucciones señalar, como si se trataran de dianas, los objetivos de la banda terrorista. Avanzar en esa línea de denuncia no ayudará al PP a romper el cerco de los indignados, más bien al contrario, indispondrán aún más en contra suya.

«¿Qué se puede hacer entonces?», pregunta una diputada víctima del acoso callejero. No sé qué decirle que no se le ocurra a cualquiera con luces. Lo primero, dejar de vivir de espaldas al pueblo, predicar con el ejemplo y renunciar a los privilegios, no sólo teorizar sobre la transparencia sino practicarla, y acabar con el saqueo público. Los partidos tienen la palabra.