Los descuentos, las rebajas y los cupones parecían unos sistemas antiguos que utilizaban muchos establecimientos, en tiempos ya lejanos, para atraer al comprador. Unos se regían por la confianza entre vendedor y comprador, otras eran la fórmula de retirar el género sobrante de una campaña, con menos porcentaje para el primero y precios más ventajosos para el segundo; los terceros eran compensaciones en especie, vales o dietas, entre otros, para empleados, funcionarios o receptores de subsidios. Tenían el marchamo de residuos de catástrofes, de guerras, de finales de época. Unos fueron desapareciendo, otros desacreditándose y muchos perdiendo su valor inicial y su razón de ser. La abundancia de vacas gordas tapaba a las desvalidas vacas flacas.

Los descuentos se acabaron cuando el comercio dejó de ser mayoritariamente negocio familiar, los cupones se difuminaron con los economatos y las cooperativas, las rebajas perdieron oficialidad por decreto ley y ya no tienen ni la gracia de hace un tiempo. Y la mayoría de las ventajas de gremios y profesiones fueron cerrando sus convenios para transporte y alojamiento, las ciudades de vacaciones y las prerrogativas para familiares. Renfe, Iberia, Paradores Nacionales, Campsa y otras compañías estatales fueron descartando o disminuyendo poco a poco sus deducciones, restringiendo beneficiarios, enterrando sus conciertos en prestaciones en especie.

Entonces fueron apareciendo los carnés de fidelidad o tarjetas de puntos, esas con las que consigues un regalito tras pasar la «visa» de la cadena cada vez que consumes en uno de sus establecimientos. Supermercados, tiendas de ropa, gasolineras, «drugstores» y otros varios concesionarios de servicios lanzaron sus cédulas de cliente. Realmente la recompensa por ser un habitual de la marca no cuesta prácticamente nada, solamente acumular tarjetas en la cartera y, así, de vez en cuando, puedes conseguir alguna rebaja, algún descuento, algún regalo que generalmente no comprarías.

Bueno, pues en este viaje temporal por las diversas fórmulas de abaratar compras y costes, llegamos otra vez a los cupones. Conseguidos a través de los medios de comunicación impresos o audiovisuales, internet o de telefonía, se obtienen ahorros con Supercupones, Groupalia, Cuponing, Groupon, Letsbonus, Oooferton, Planeo y un largo etcétera punto com o punto es. Desde menús para dos personas, alojamiento en apartamentos rurales, talasoterapia, entradas de cine, repuestos para el automóvil, revisiones sanitarias, reportajes de bodas y comuniones, compra de electrodomésticos, cursos de cocina y hasta la elaboración de la declaración de la renta, ahora que estamos en fechas de presentación. Todo tiene su cupón.

Confieso que cuando hace unas fechas mis hijos nos invitaron a una degustación de productos en un restaurante de moda acudía con cierta prevención. Me vinieron a la memoria recuerdos de viejos tiempos afortunadamente ya obsoletos. Pero al entrar en el local nos encontramos con una curiosa cola de grupos de comensales que esperaban cupón en mano que un elegante revisor validase el papel impreso que nos acreditaba como beneficiarios de un descuento o una invitación. Tras aquella primera ocasión hemos comprobado lo extendido del método y la variedad de prestaciones que circulan por el mercado. Toda una incitación para redimirnos algo de la crisis y continuar planeando con cupones nuestras «salidas de marcha».