Tiempo ha Jesús de Polanco, también conocido como Jesús del Gran Poder, se maravillaba de que contáramos en Asturias con una gran novelista apenas premiada todavía.

Me hablaba de Susana Pérez-Alonso, a la que yo ya conocía de los tribunales, donde ejercía la procura, pero de la que apenas sabía de un puesto en la República de las Letras. Como lo decía quien lo decía, y ni tan siquiera era su editor, tenía que haber algo. ¡Y tanto!

Susana desde entonces ha proliferado en varias novelas hasta una madurez en la que sufre el mal de nuestro tiempo, el plagio descarado.

Ella había practicado el audaz acercamiento a esa red que lo inunda todo. Por un lado quiso de buena fe usar el espacio abierto para provocar al lector con la participación original en trama y desenlace, tal Marcel Proust hacía, en técnica tan dispar, con su «À la recherche du temps perdu»; de otro, ya segura de sí que siempre fue, dejó manosear la estructura de la obra a editores, agentes y demás gremialistas.

No sé cuánto la experimentación participativa, por otra parte encomiable, benefició a la autora y su proyecto creativo, lo que es evidente fue el flanco que dejó para tanto guionista yermo de ideas, aunque con oficio, necesitado de la trabajada narrativa de la de Mieres. Televisión y sus ramales confeccionaron su «Señora» antes incluso de que Susana y la editorial Funambulista sacaran su magnífica «Melania Jacoby».

Ricardo Buylla, abogado de Susana, y la fiscalía astur se querellaron en pleito abierto contra una serie de éxito de audiencia y «prime time» que actúa como una sanguijuela. Quise presenciar una de las sesiones orales de la práctica probatoria aprovechando una mañana que Iberia me dejó sin llegar a mi Brubru, topónimo literario de Cabrera Infante, pero se suspendió, pues los abogados de los plagiarios tampoco tuvieron vuelo.

El pleito está en el aire, y cada vez me interesa más, pues, desde la Revolución Francesa, el Estado, y ahora la Unión Europea y los acuerdos, como el fallido de ACTA (Anti-Counterfeiting Trade Agreement), ha de defender los derechos de autor, más si cabe cuando se produce una explotación tan refinada como la que sufre mi paisana.

En la Comisión JURI estamos cada día más sensibilizados contra las industrias del guión y los argumentos que se valen del talento ajeno. Nada que ver con la acusación que Bonafoux y otros lanzaron contra nuestro Clarín, cuyo «Mis plagios», en edición reciente, tuve el honor de presentar en el Club de este periódico en vida de Gómez Tabanera, que tantos dineros enterró en su magnífico fondo editorial. La página de la vida es inexorable y ya no están con nosotros ni Polanco ni Tabanera.

Cuidemos, en cualquier caso, de Susana, contra el pernicioso obstáculo de los que abusan de la modernidad tecnológica.