Finalizan las vacaciones y llegan las despedidas. No pocos de nuestros veraneantes son asturianos de origen residentes fuera del Principado, sobre todo madrileños, y se producen despedidas casi multitudinarias, entre grupos de diez o doce familiares. Cada vez que un grupo de asturianos se saluda o se despide se nota, en seguida, una dualidad de usos o tradiciones: por una parte están las pautas de saludo urbanas, de besuquear y abrazar a todo el mundo, aunque sean desconocidos, y, de otra, la tradición asturiana, austera, sobria, recogida, de dar, como mucho, la mano. De hecho, suele imponerse la costumbre urbana, de besos y melindres para todos, pero se advierte fácilmente la pequeña incomodidad de los asturianos tradicionales para adaptarse a las nuevas costumbres ciudadanas.

Cuando llegan los estudiantes españoles a la Gran Bretaña, para seguir un curso de inglés, se sorprenden de cómo los británicos siguen las pautas tradicionales de la sobriedad en el saludo; los anfitriones les dan la mano el primer día de clase, para recibirlos, y el último, para despedirlos, y no hay más saludos. Los ingleses han incorporado a la vida urbana una buena parte de su cultura tradicional, porque su proceso de modernización fue lento, largo en el tiempo. Aquí, a partir del Plan de Estabilización de 1959, se tira por la borda, en bruto, la rica cultura tradicional y se opta por un monocultivo intensivo, «no se hizo el progreso salvando la cultura tradicional», como gusta de decir Jaime Izquierdo. Se desmantelan los pequeños cultivos comarcales, construidos con la memoria de siglos. No es raro oír en cualquier aldea asturiana: «Non queda quien sepa facer un ensiertu, capar un gorín o ferrar un burro». Y Ángel Menéndez, el Forcón, gran defensor de los cultivos tradicionales, sostiene que, si no se hubiera abandonado el cultivo del trigo en Asturias, hoy, con los medios técnicos actuales, en fincas mecanizables, no sería gravoso como antes cosechar cereales, ya que no sería necesario pasarse el año sallando, arriandando o arrelantando los diferentes cultivos.

Esa sobriedad del asturiano tradicional en el saludo se manifiesta igualmente en otra forma de relación, en la correspondencia. Dejando a un lado los que no sabían escribir, salvo excepciones los asturianos en la emigración escribían pocas cartas. (Valiosas muestras de esa correspondencia se guardan en el Archivo de Indianos, en Colombres, y en el Museo del Pueblo de Asturias, en Gijón). Lo decía muy bien el gran Dionisio de la Huerta: «Si te escriben del pueblo, ponte en lo peor, suele ser que murió un familiar o un vecino». Del mismo modo, el padre del Descenso del Sella -que era asturiano y barcelonés al mismo tiempo- aconsejaba: «Nunca dejes de contestar, en tiempo y forma, las cartas de los catalanes, y, si un catalán no te contesta, ponte en lo peor, suele ser igual de grave que si te escribe un asturiano».

Estos rasgos de los viejos asturianos, de sobriedad en el saludo, en las despedidas y en la correspondencia, seguramente tienen que ver con los orígenes mismos de nuestra cultura tradicional, que procede, en una buena parte, de la romanización, pero también de otras culturas atlánticas.