Hace cincuenta años, un B-52 norteamericano con base en Carolina del Norte, y cuatro bombas termonucleares a bordo, estaba siendo repostado en vuelo sobre territorio español por un avión cisterna, también norteamericano, con base en Zaragoza. En la maniobra, las dos aeronaves chocaron entre sí y acabaron estrellándose en la costa de Almería. Los cuatro tripulantes del avión cisterna fallecieron en el acto y solo tres de los siete tripulantes del B-52 pudieron salvar la vida saltando en paracaídas.

Fraga se desplazó a Almería dos meses después de la caída de las bombas y se bañó en una playa de Palomares en compañía del embajador norteamericano para dar idea de que no existía peligro para la salud. Pasados cincuenta años, no hay constancia de que la playa fuera propiamente aquella en la que cayeron las bombas. Y tampoco de que los efectos perniciosos del accidente nuclear fueran puestos en conocimiento de las poblaciones afectadas, pese a que no faltan estudios de organizaciones ecologistas en los que se señala que en el área de Palomares hay registrada más contaminación que en los alrededores de Chernóbil, exceptuando claro está el lugar donde se encontraba el reactor nuclear. Cabe deducir que en este caso hay muchos datos que no se han sacado a la luz.

Y tampoco es muy normal que, al cabo de cincuenta años, el secretario de Estado norteamericano haya venido a Madrid para firmar con el ministro de Asuntos Exteriores una "declaración de intenciones" para retirar la tierra que aún permanece contaminada "tan pronto como sea posible". Es decir, sin especificar plazos, cuantía y reparto de costos de la operación. Trato de colonia.