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Universidad de Extremadura

Franco: un caudillo que duró 40 años

Sobre la figura y el régimen del dictador, cuatro décadas después de su fallecimiento

Hace ahora 40 años, el 20 de noviembre de 1975, fallecía en Madrid de muerte natural el general Francisco Franco Bahamonde (Ferrol, 1892), cuando estaba a punto de cumplir los 83 años de edad. Para entonces llevaba casi otros 40 años, desde l de octubre de 1936, a la cabeza de un régimen dictatorial con el título de "Caudillo de España por la Gracia de Dios".

No era un título retórico, ni mucho menos. Era la fórmula jurídica para definir la suprema magistratura de quien, en plena guerra civil española, había conseguido convertirse en el máximo líder del bando insurgente y asumir las funciones de Generalísimo de los Ejércitos, Jefe del Estado, Jefe del Gobierno, Homo misus a Deo (enviado de la Divina Providencia) y Jefe Nacional de Falange (el partido único estatal), "sólo responsable ante Dios y ante la Historia". Se trataba, en suma, de un dictador de autoridad soberana, omnímoda y carismática, profundamente reaccionario, ultranacionalista y católico-integrista.

Aquel "Caudillo de la Cruzada" era un militar nacido en El Ferrol en el seno de una familia de clase media ligada a la administración de la Armada. Había hecho la mayor parte de su carrera militar en la cruenta guerra colonial de Marruecos, al frente de tropas de choque. Y fue allí donde asumió gran parte del bagaje ideológico de los militares "africanistas": sobre todo, la convicción de que el Ejército era el guardián supremo de la nación y que su deber le situaba por encima de la autoridad civil en caso de amenaza al orden público y a la unidad de la patria. Su matrimonio en 1923 con Carmen Polo, piadosa y altiva joven de la oligarquía urbana ovetense, acentuó su conservadurismo y sus previas convicciones religiosas integristas.

Durante la dictadura de Primo de Rivera, Franco ascendió al generalato (1926) y fue el primer director de la Academia General Militar de Zaragoza (1927). Proclamada la República en 1931, mantuvo una relación crítica con el régimen democrático durante el primer bienio de gobiernos republicano-socialistas. Pero se reconcilió con el régimen durante el segundo bienio, cuando los gobiernos derechistas confiaron en él para aplastar la insurrección socialista y catalanista de octubre de 1934. Tras la victoria electoral del Frente Popular en 1936, tomó parte en la conjura militar contra el nuevo gobierno de las izquierdas. Y, una vez iniciada la sublevación antirrepublicana en julio de 1936, se alzaría con el liderazgo absoluto de los militares sublevados en virtud de sus triunfos militares al frente del Ejército de África y de sus éxitos diplomáticos al conseguir el apoyo de la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. De ese modo, el 1 de octubre de dicho año, la junta de generales insurgentes le nombró Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Gobierno del Estado, transfiriéndole "todos los poderes del Estado". Su victoria final en la guerra civil en abril de 1939 le consagró como Caudillo "vitalicio y providencial".

El régimen político franquista tuvo, pues, su base en una dictadura militar de carácter personal, con Franco elegido por sus compañeros para ejercer "todos los poderes" en nombre del ejército sublevado en 1936. Pero Franco no fue un simple primus inter pares y al Ejército como pilar originario de su poder le sumó otras dos fuentes de legitimidad que apuntalaron su autoridad omnímoda: la Iglesia Católica, que sancionó su esfuerzo bélico como una "Cruzada por Dios y por España" y proporcionó un catolicismo beligerante que habría de ser hasta el final la ideología suprema del régimen; y la Falange Española Tradicionalista, el partido único configurado por amalgama de todas las fuerzas derechistas, que se convertiría en el instrumento para organizar a sus partidarios, suministrar fieles servidores administrativos y encuadrar a la sociedad civil.

El consecuente régimen caudillista erigido sobre esos tres pilares experimentaría una transformación clave en el bienio 1957-1959 (con el cambio de gobierno tras la crisis del primer año y la aprobación del Plan de Estabilización del segundo año). En esencia, ese bienio cerraba un "Primer Franquismo" marcado por el legado de la guerra civil con sus secuelas de represión inclemente, hambruna general, asfixiante autarquía económica, políticas filo-fascistas y aislamiento internacional (durante la Segunda Guerra Mundial y la postguerra). Y también significaba el arranque de un "Segundo Franquismo" definido por el rápido desarrollo económico, profundos cambios sociales, incipiente bienestar material, apertura diplomática y económica al mundo exterior y ensayos de apertura política limitada (en el contexto de la distensión mundial).

Franco, así pues, es hoy el nombre de un espectro del pasado más o menos incómodo, pero muy real y operativo. Entre otras cosas, porque una parte considerable de la cultura política actual quizá tiene su génesis y su origen, para bien o para mal, en la época histórica por él presidida y conformada: la obsesión por la unanimidad en las decisiones políticas, la tendencia a la satanización del conflicto y la diferencia, la inclinación a identificar gobierno y nación, la hipertrofia del poder ejecutivo frente a otros poderes estatales, el gusto por el liderazgo carismático personalista, la mirada complaciente hacia la corrupción y la venalidad, etc. Una reciente viñeta humorística del dibujante Max en el diario "El País", el 28 de marzo de 2015, daba en el clavo con un sucinto diálogo entre un joven inquisitivo y un asno sabio. El primero pregunta: "Maestro, ¿qué queda del franquismo?". El segundo responde: "¿Notas ese polvillo grisáceo que hay un poco por todas partes? Se llama caspa, y es una actitud".

¿Qué hacer con ese legado de un espectro tan incómodo? Pues reconocer que los fantasmas del pasado siempre pueden ser conjurados y exorcizados. Pero lo que no se puede nunca es anularlos por completo ni suponer que no han existido. Es una vieja lección que ya supo enunciar un historiador de la talla de lord Acton hace ya más de un siglo atrás: "Si el Pasado ha sido un obstáculo y una carga, el conocimiento del Pasado es la emancipación más segura y cierta".

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