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Perder no mola nada

El Atlético de Madrid ha perdido una final y en el PSOE se vislumbra que, después de ser primeros o segundos durante décadas según se terciaran las cosas, ahora podría haber llegado el tiempo de ser terceros. Hubo a finales del siglo pasado un intento de arrinconar a los socialistas desde ambos flancos; aquello fracasó. Felipe González, que se expresaba bien- ay qué antigualla- hablaba de la derecha y de los comunistas. Más o menos ese es para el PSOE el quid de la cuestión en estos tiempos. Felipe sabía que era necesario presentar a lo que se asomaba a la izquierda de su partido como una opción inatractiva, un proyecto difuso. En términos de marketing político, para el PSOE se trataba menos de ser la izquierda moderada, como dicen ahora, que la izquierda sin más. Ese es el fracaso actual de los socialistas: no se trataría de purgar pecados- en la política española se tarda poquísimo en pecar; un poco más en decepcionar, pero tampoco tanto- sino de no dejarse arrebatar por otros el canon de la doctrina. No se trataría de decirle al oponente ay que ver cómo molas, lo cierto es que yo también molo un pelín; se trataría de decir de manera tajante el que más mola soy yo. Esa flaqueza de discurso, ese coqueteo inseguro con las vecindades, han dejado al PSOE en las fronteras de la anemia. Como perder es asunto duro, alguien de Ferraz tendrá que reflexionar.

Perdió Simeone una final en la que el Atlético de Madrid se enfrentaba al lado oscuro de su ADN, vale decir al conocimiento de los límites de la propia desgracia. Meter un gol in extremis en vez de encajarlo como en otras citas históricas podría hacer creer que a esa desgracia se la podía regatear, que habría un antes y un después de Milán. Pero las porterías contrarias son un sueño con fronteras de madera. Y la estocada última del Atlético de Madrid se estrelló en ese límite. La suerte se vistió de blanco y las audacias capilares de Sergio Ramos acabarán pareciendo cosa de clásicos- de clásicos del buen gusto- si ningún ataque de sentido de la estética nos cae sobrevenido: no se le ve venir. Lo que más diferencia al fútbol de ahora del anterior no son las tácticas ni los cambios en la preparación física; la verdadera evolución está en los peinados de los atletas. Eso es arte contemporáneo; el resto, chorradas.

Había también algo de destino en los entrenadores. Zidane maneja las palabras como un economista: las recorta. Simeone, que dejó en la cuneta al Bayern por saber llevarlo a la desesperación, pareció tener menos reservas de coolness que Zizou. Y ahora, con unas elecciones casi encima, a ver qué es de nosotros. Uff. Qué primavera.

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