Desde la torre de la Catedral de Oviedo medio milenio nos contempla. Y aún más de mil años si hemos de referirnos a la primitiva basílica de El Salvador, del siglo noveno. Inscrita en la propia historia de la ciudad y del Reino de Asturias como torre, vigía y centro de la vida religiosa y cultural, tan intensa en pasadas centurias.
Clarín, que hizo del templo escenario y contrapunto de su novela clave, llamó a la esbelta torre "poema de piedra, delicado himno de dulces líneas de belleza muda". En uno de mis libros se recuerdan algunos de sus deterioros históricos, como el que mereció unos versos de Fermín Canella: "? No hay mayor duelo: / nuestra torre, la hermosa torre de Oviedo / con el peso de siglos se está cayendo". Torre que fue reparada en cuatro años de trabajos.
La Cámara Santa catedralicia, que atesora lo más valioso de la historia de Asturias, fue dinamitada en la Revolución de 1934 causando gravísimos destrozos. Durante la guerra civil del 36, el pináculo de la torre fue abatido por los sitiadores de un cañonazo. Más de diez años estuvo la torre entera forrada de andamios alquitranados para su restauración. En el 77, un ladrón robó los mal custodiados tesoros de la Cámara Santa, destrozando sus más preciados símbolos.
Todo esto y más fue superado y aún restaurado -como el fabuloso retablo mayor para la visita de Juan Pablo II- por el empeño de todos en mantener el epicentro espiritual y cultural de Asturias que de alguna manera entraña la basílica. Sucesora en el tiempo de la primera edificación catedralicia de San Salvador que data del reinado de Alfonso II. Y que fue etapa obligada de las peregrinaciones a Compostela.
Hasta ahora no han bastado las alertas frente a los llamados conciertos de San Mateo que tanto perjudican a la edificación catedralicia. Faltaría entre nosotros un trasunto del alcalde Móstoles para inquietarnos con un grito: ¡La Catedral está en peligro, acudid a salvarla!
