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Vaquero en su tierra

Es difícil que le reconozcan a uno en su tierra, como confirma el episodio evangélico, y más si se trata de una persona valiosa y, como en este caso, con poder evidente, pero del que hizo uso con prudencia. No recordemos episodios políticos recientes en los que Vaquero demostró una vez más que el papel, el periódico, es capaz de superar e imponerse al empuje político. Una vez más, se demostró hace pocos años el poderío de la palabra, sobre la que se asientan la libertad de prensa y expresión.

En aquellos nebulosos días de finales del franquismo, cuando nada estaba claro y el futuro era problemático en todos los órdenes, en Asturias surgieron jóvenes e inquietos periodistas que remodelaron viejas publicaciones periódicas o crearon otras nuevas. Entonces en LA NUEVA ESPAÑA todavía figuraban en la portada el yugo y las flechas. El último director de aquella etapa de la "prensa del Movimiento", con quien tuve trato porque era miembro de la Cofradía de la Mesa de Asturias, temía a Vaquero más que a la peste. LA NUEVA ESPAÑA, que, a pesar de su vinculación política nominal, sabía de liberalismo por obra de Pérez Las Clotas, Luis Alberto Cepeda y otros periodistas beneméritos, abrió más las ventanas gracias a la labor de Vaquero, de Guillermo García-Alcalde, de Ceferino de Blas y de otros periodistas jóvenes, decididos a seguir ejerciendo con honradez y limpieza intelectual un oficio antiguo: pues la información no es un invento de la electrónica y debe tenerse en cuenta, por otra parte, que el periodismo no sólo es información, que es, dijéramos, su aspecto externo y más convencional, sino comentario a la información, lo que implica, entre otras cosas, una toma de postura moral y política. Cuando el vasto aparato del régimen anterior se derrumbó como lo que era, un monstruo con los pies de cartón piedra, LA NUEVA ESPAÑA estuvo a punto de ser tragada por "los nuevos tiempos", siendo Vaquero y García-Alcalde quienes evitaron que se añadiera al derrumbe, manteniéndola como uno de los periódicos más solventes y prestigiosos, a la cabeza de la prensa regional, como es sabido. Ese gran giro fue obra de Vaquero como rector del periódico: que haya mantenido en pie un periódico como éste, adaptándolo a las nuevas circunstancias, es obra maestra del periodismo y de la prudencia política, que le hace merecedor no sólo de la Medalla de Oro del Principado: también de un "Pulitzer", si fuera posible.

Aunque Vaquero siempre se comportó con discreción, hay un aspecto de él que se ha olvidado: el del periodista que escribe, que cedió su lugar al periodista que dirige y gestiona. Sin embargo, sus crónicas de la Transición, publicadas en LA NUEVA ESPAÑA en aquellos días inciertos, constituyen un gran testimonio, día a día, de aquella época. Más de una vez le pedí que reuniera aquel material importantísimo en un libro: no pareció prestarme atención. No obstante, sería un libro indispensable para explicar aquellos sucesos y aquella época, que nos condujeron a ésta.

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