Con María Elvira Muñiz se va a la tumba un modelo de enseñanza que desaparece, que ya apenas se estila: el de los viejos maestros que mantuvieron viva la llama del fuego de Prometeo, aun echando sus ropas y hasta su carne a la lumbre para evitar que se extinguiera. Todos recordamos, muchos cada día, a aquel formador que marcó nuestro camino, que nos llevó de la mano al ara del conocimiento, que nos ayudó a descubrir qué queríamos ser. María Elvira fue ese faro guía de generaciones enteras de gijoneses durante medio siglo de fructífera cosecha en cuantos centros de enseñanza impartió docencia como una ilustrada en siglo equivocado, más Feijoo que Jovellanos.

Ella, tan ocupada y preocupada por las letras de Asturias, que fueron, tras su llegada infantil del exilio cubano, sus letras primigenias, escribió una vez que "la vida es como el cielo asturiano, de luces y de sombras, de sol y de orbayu". Ayer por la mañana, el cielo en Gijón amaneció gris, como barruntando despedidas de un otoño que comienza a abrigarse para el frío de las ausencias. Hoy, cientos de gijoneses que bebieron en las fuentes insaciables de la lectura, agua bendita de formación y de vida que servía en delicados cuencos de sabia docencia María Elvira, echarán de menos a la discreta profesora, a la descomunal maestra, a la investigadora "cum laude" de preocupación noventayochista que entendió que la educación es el mejor salvoconducto para ingresar en un estado de ciudadanos libres.