Esteban: "Mi jefe es un buen profesional pero una persona injusta. Hace años trabajé para otro que era justo pero un pésimo profesional. Casi hundió la agencia de publicidad. Así que, entre la espada y la pared, no me queda otra que aceptar lo malo conocido y agachar la cabeza cuando llega una situación incómoda. Yo lo llamo momentos de patata caliente: él comete un error y, en lugar de aceptarlo, busca desviar a otros la responsabilidad. A mí por ejemplo, que por algo soy su mano derecha. A mis casi 45 años ya tengo experiencia suficiente para no cometer riesgos que pongan en peligro la entrada del único sueldo que hay en casa. Y tengo mi propio sistema de protección patentado: contar hasta diez de forma personalizada. Cuando la situación es explosiva y mi jefe coge el cactus que tiene en la mesa como si lo quisiera usar de arma arrojadiza y tensa la cuerda, cuento. Uno: la hipoteca del piso. Dos: el préstamo personal del todoterreno. Tres: la ortodoncia de mi hija mayor. Cuatro: el campamento en Huelva de mi hija pequeña. Cinco: la academia de baile de mi hija mediana. Seis: el abono al club de mis dolores. Siete: los sofás y la mesa del salón que hay que renovar. Ocho: la pasión de mi mujer por los balnearios, los potingues y los zapatos & bolsos. Nueve: el golf es una pasión muy cara cuando no te conformas con el club más cercano. Diez: Elsa (no voy a hablarles de mi vida amorosa, ¿entendido?) Casi nunca necesito llegar a Elsa para sonreír a mi jefe y aceptar la riña por injusta que sea. Humilde y contrito, me retiro prometiendo que nunca más volverá a ocurrir y vuelvo a mi despacho respirando hondo. Yo creo que azules, me escribe en un wasap mi mujer. Odio los sofás azules, pero odio más discutir sobre muebles. "Buena idea", respondo, ni siquiera resignado.