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Las cuentas agrarias en perspectiva

La reducción de la renta del campo asturiano a la cuarta parte desde 1970

En mi época de estudiante, allá por los años sesenta del siglo pasado, hizo fortuna una frase que -por la vía del humor- pretendía zanjar la discusión sobre la diferencia entre los conceptos de estructura y coyuntura económica: "estructura es lo que dura y lo demás es coyuntura". En mis trabajos como economista siempre he tenido inclinación a buscar tendencias e interrelaciones en la actividad económica -mi especialización en su día fue el análisis intersectorial impulsado por Wassily Leontief- frente a esa economía del "sube y baja" que se traduce en el bombardeo diario de noticias sobre la subida del precio del petróleo, la bajada de la bolsa y los tipos de interés, el incremento de la inflación, la caída trimestral del PIB, el aumento del paro, etc., que rápidamente quedan obsoletas -y que en opinión del Nobel Paul Krugman- sólo aportan una visión bastante superficial de la evolución económica.

Por el contrario, para examinar las tendencias económicas es necesario contar con series estadísticas largas y, por suerte, en Asturias tenemos un importante capital social en esta materia, del que SADEI es depositario desde hace medio siglo. Sin embargo, hoy me quiero referir a una información económica cuyo origen tiene nombre y apellidos: el Producto Neto de la Agricultura Asturiana, que fue elaborado por primera vez en 1970 por José Vinagre, jefe del servicio de estadísticas agrarias de la entonces Dirección Provincial del Ministerio de Agricultura. A partir de entonces anualmente se pudo contar con un documento mecanografiado que contenía de forma detallada la estimación de las principales producciones agrarias, el valor añadido bruto generado y la renta agraria obtenida. En 1986, SADEI se encargó de realizar y publicar la serie enlazada entre los años 1970 y 1985, y con el traspaso de competencias las cuentas agrarias pasaron a ser realizadas en el ámbito autonómico y durante años su elaboración estuvo a cargo -hasta su reciente jubilación- del funcionario Mario García Morilla, mientras que SADEI se encargaba del diseño de su publicación.

Gracias a la labor de estos funcionarios, hoy disponemos en nuestra región de una serie estadística que nos permite observar cual ha sido el recorrido de la renta agraria asturiana en los últimos cuarenta y cinco años. Por mi parte he elaborado un deflactor para el periodo 1970-2015 que permite presentar los resultados en términos reales, descontando los efectos de la inflación.

Centrando la cuestión en la renta agraria, los resultados nos señalan que, a precios constantes de 2011, la agricultura asturiana pasó de generar una renta de 827 millones de euros en 1970 a tan sólo 202 millones de euros en el año 2015: es decir, la renta agraria actual representa únicamente la cuarta parte del nivel obtenido en 1970. Sin embargo, este resultado aparentemente tan negativo requiere algunas matizaciones. La primera tiene que ver con el peso relativo del sector agrario en la economía de Asturias: en 1970 la agricultura aportaba aproximadamente el 12 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) regional y ocupaba a más de 127.000 personas; actualmente el peso económico del agro asturiano sólo supera ligeramente el 1 por ciento del PIB y ocupa a unas 12.000 personas.

La segunda cuestión a tener en cuenta es la evolución de la productividad agraria en el citado período. A este respecto, cabe señalar que en 1970 la renta agraria obtenida por cada ocupado en el sector se situaba en los 6.500 euros, mientras que en 2015 esta cifra se elevó a casi 17.000 euros. Es decir, la productividad medida a través de este indicador es actualmente dos veces y media más elevada que la existente en 1970.

No obstante, estas cuentas de la agricultura asturiana, que ponen de manifiesto una evolución decreciente de la renta generada y un aumento importante de la productividad del sector, tienen sus limitaciones a la hora de conocer el comportamiento de la rentabilidad de las explotaciones agrarias. Para incidir en este aspecto habría que pasar de este análisis agregado -conocido popularmente como el nivel macroeconómico- a examinar la cuenta de ingresos y costes de las diferentes granjas, es decir, al nivel microeconómico.

En este sentido, Francia cuenta desde hace años con equipos multidisciplinarios en cada comarca que asesoran a los agricultores para hacer el seguimiento de sus resultados económicos, así como la comparación de su explotación con la media de la comarca y con la más rentable. En Asturias -y a pesar de la importante inversión realizada en la modernización de las explotaciones lecheras en materia de genética, maquinaria y material de ordeño- no se cuenta con una metodología y un sistema de información que permitan conocer a nuestros ganaderos sus verdaderos costes de producción y la rentabilidad de sus explotaciones.

Hace unos años tuve ocasión de participar en un trabajo patrocinado por la Central Lechera Asturiana sobre los costes de la producción lechera. Los principales resultados de esta investigación se pueden resumir a través de los datos que arrojaba la explotación media de la muestra utilizada. Con unas ventas anuales de leche de 443.000 litros, la diferencia entre ingresos y gastos de la citada explotación generaba un Excedente Bruto de Explotación que rondaba los 55.000 euros, de los que el 43 por ciento procedía de las subvenciones recibidas vía Política Agraria Común. Sin embargo, este resultado no refleja adecuadamente la rentabilidad de la explotación, ya que los costes de producción que normalmente computa el ganadero no tienen en cuenta ni una estimación de los rendimientos del capital invertido, ni un salario para las personas que trabajaban en la explotación.

Al asignar al capital invertido un rendimiento similar al de la Deuda Pública a diez años y un salario equivalente a 1,5 veces el Salario Mínimo Interprofesional, el resultado de la explotación media cambiaba radicalmente y arrojaba unas pérdidas de aproximadamente 23.500 euros anuales. En caso de no realizar esa imputación se está suponiendo que todas las inversiones realizadas tienen un rendimiento nulo y que la familia trabaja gratis en la explotación. En términos de coste de oportunidad, estaríamos ante una ineficaz asignación de los recursos productivos.

Por otra parte, cabe señalar que las principales partidas de los gastos de la explotación ganadera se concentran en los alimentos comprados para el ganado (54 por ciento de los gastos) y en los costes relacionados con la mecanización (15 por ciento). La importancia de estas partidas pone de relieve los dos problemas más importantes ligados al proceso de modernización de la producción de leche en Asturias -y que son también comunes a Galicia-, en el sentido de que el mayor tamaño de las explotaciones se ha logrado sobre la base de una elevada dependencia de los piensos comprados y a una excesiva inversión en maquinaria. Frente a ello, en otros países de la Unión Europea, la mayor superficie por explotación y la consiguiente producción interna de forrajes, así como el uso en común de la maquinaria, permiten un mayor nivel de rentabilidad.

Como conclusión habría que tener muy presente que un incremento de la productividad agraria no tiene necesariamente que conducir a una mayor rentabilidad de las explotaciones, pues ésta depende fundamentalmente de la diferencia entre los ingresos y el total de los costes de producción. Las elevadas inversiones que han afrontado las explotaciones asturianas -y que en la mayoría de los casos las han convertido en empresas de considerable tamaño- precisan con urgencia, siguiendo el ejemplo francés, del establecimiento de un sistema amigable de cuentas que permita al propio ganadero conocer la rentabilidad de sus inversiones y la retribución de su trabajo, presentando los costes de producción importantes variaciones en función del tamaño de la explotación y de su nivel de producción interna de forrajes.

Finalmente, y con el objetivo de reducir las dos partidas más importantes de los costes de la producción lechera, habría que implementar acciones encaminadas a reducir la dependencia de la compra de forrajes, así como una decidida política de fomento de las cooperativas de maquinaria que reduzcan los gastos de mecanización y la infrautilización de los equipos.

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