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Fernando Granda

Germaña y los/las legionarios/as

Vivimos en Germaña o en Deutschpaña. La afirmación se hace porque vivimos en un país que depende de un fiscal y tres jueces del tribunal de una ciudad cuya existencia es casi desconocida para la gran mayoría de los más de 46 millones de españoles. Un juzgado alemán que decide una cuestión, la extradición o no de Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat de Cataluña, sobre la que gira desde hace meses (o quizá años) la política de España. O de Germaña o Deutschpaña. Es decir, un Estado en el que gobierna el Tribunal Constitucional, la sección en la que delega la mayoría de sus decisiones un Gobierno minoritario y al que no se atreven a cuestionar quienes forman una mayoría, partidos que dicen -cada uno por su lado- pero no hacen.

Un Gobierno en el que sus componentes nos recuerdan que el fantasma de la dictadura no ha desaparecido. Véase el espectáculo dado por cuatro de sus miembros más notorios y representativos cantando en Málaga una canción elogiosa de la guerra. La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal; el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido; el ministro de Justicia, Rafael Catalá y el ministro de Educación, Cultura y Deporte y portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo participaron en un espectáculo mediático/religioso, que teatraliza la visión de un cuerpo militar fundado por el dictador para elogiar el ardor guerrero en un Estado aconfesional. Y no desprecio la labor actual de la Legión -en la que cumplí el obligatorio servicio militar-, participante en muchas labores de paz en diferentes conflictos bélicos en el mundo actual, sino el significado de unos regimientos fundados para el combate ciego por unos fanáticos que contribuyeron al sometimiento dictatorial a todo un pueblo durante casi cuatro décadas. Un hecho lamentable. Si lastimosa fue la interpretación de su himno nacional de la cantante Marta Sánchez en un teatro madrileño, la actuación de los ministros en Málaga el pasado Jueves Santo alcanza cotas inigualables.

Mientras tanto soportamos una oposición en la que priman las ocurrencias, que no se junta ni para comprar el pan, que vive para el minuto (digo "para" y no "al" minuto) y parece olvidarse de ese futuro que nos prepara este Gobierno salpicado por la corrupción del partido que lo sustenta. Una oposición que se manifiesta a base de tuit, que se exterioriza al minuto sin una mínima reflexión, sin una exigua investigación, soltando en muchos casos la primera ocurrencia, pensando más en su posible conveniencia que en la de sus posibles gobernados. Y, además, demostrando que las promesas electorales sólo son promesas.

Los hechos son para sentir vergüenza ajena. Para huir del país y evitar contagio mental pernicioso. Los ministros cantores se atreven a entonar "El novio de la muerte" sin conocer los entresijos de las banderas legionarias. Y corearían también el "Himno de la Legión" sin haber estado sometidos ni unas horas a su régimen y anticuada disciplina. La impresión es que acudieron al desfile procesionario del Cristo de la Buena Muerte -antes de Mena- malagueño para cumplir con una consigna partidaria.

¿Les parece apropiado cuatro ministros entonando una canción de cuartel que mitifica la muerte al paso de un Cristo durante la Semana Santa?, se preguntaba en su columna diaria de LA NUEVA ESPAÑA Luis M. Alonso. Ha sido una muestra de casposidad cañí, señala él mismo. Personalmente opino que es una vuelta al nacionalcatolicismo, apropiación y menosprecio a unos soldados cuyas condiciones de vida jamás soportaría uno de esos cuatro cantores. Y lo dice alguien que fue vigilado hasta en las letrinas cuando hizo la "mili" en el Tercio, realizó más de cien guardias en garitos fronterizos y sobrevivió a los caprichos de unos oficiales que no perdonaron mis informaciones como periodista. Lo pasé muy mal, pero lo cortés no quita lo valiente.

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