Asturias tiene en estos momentos 60.000 parados registrados en las oficinas del Sepepa (Servicio Público de Empleo del Principado). Sin embargo, muchos sectores claves para la recuperación, que van a recibir un gran impulso con la llegada de los fondos de la UE, padecen enormes dificultades para encontrar personal. La región precisa cubrir de inmediato unos 6.000 puestos, según los cálculos de las propias patronales de los sectores más afectados por la carencia. La falta de mano de obra se multiplicará en los próximos años si a las urgencias del momento sumamos las del relevo generacional. De casar perfectamente la demanda con la oferta, estaríamos hablando de una rebaja significativa de la lista del desempleo que mostraría un retrato más favorecido de la circunstancia regional. Ninguna política interviene de manera integral frente a esta paradoja, uno de los nudos gordianos de la debilidad económica. 

Más de cuatro millones de trabajadores de EE UU han renunciado a sus empleos tras la pandemia, sin inquietarles la merma de ingresos, para dedicarse a vivir de los ahorros acumulados o de otras actividades menos lucrativas y más satisfactorias que no frustren sus expectativas personales. Es lo que los expertos conocen como la “Gran dimisión” y está suponiendo un quebradero de cabeza a los empresarios porque no encuentran fuerza laboral suficiente para reemplazar las vacantes.

Dicen nuestros gobernantes que no cabe extrapolar el fenómeno a España, aunque aquí también empieza a existir un enorme abismo entre las necesidades de los empleadores y los deseos de las personas que aspiran a colocarse. El desequilibrio alcanza particularmente cotas elevadas en Asturias y redoblan desde ámbitos variados las alertas. Tampoco resulta infrecuente encontrar a la puerta de muchos negocios carteles que ofrecen trabajo. A pesar de que el Principado evoluciona bien y presenta una tasa de desempleo del 12% –porcentaje similar al anterior a la pandemia–, ni el paro mengua a la velocidad conveniente, ni los contratos se cubren. Estamos padeciendo en alguna medida y por razones diferentes una anomalía semejante. Por jugar con la terminología, algo así como una “Gran renuncia” a la asturiana.

La hostelería regional necesita ya, a las puertas de un verano que se augura extraordinario, 2.500 camareros que no encuentra. Las compañías tecnológicas renuncian a presentarse a concursos por falta de plantilla para cumplir con los contratos. Ahora, para atender la producción, estarían en condiciones de fichar a 1.500 nuevos operarios. Los presidentes de la patronal hostelera y del clúster TIC coincidieron esta semana en avisar de los trastornos que empieza a ocasionarles la carencia de manos. No gritan solos. La construcción requiere otro millar de trabajadores para mantener el ritmo. El transporte, cuatrocientos. El metal, seiscientos. El lamento por este asunto que nadie escucha viene de lejos.

Estos sectores, los críticos, son, como puede apreciarse, muy diferentes entre sí y también diversos en cuanto a formación exigida y a salarios. “Paguen más”, eso espetó Biden, el presidente norteamericano, a las multinacionales de su país cuando le plantearon lo que ocurría y las complicaciones para retener talento. Idéntico planteamiento comparten por estos lares los sindicatos. Un asunto complejo que no se resuelve únicamente con dinero, ni con el recurso a lo mágico y lo milagrero. En el caso asturiano, no percibe lo mismo un escanciador que un calderero y tanto los negocios sidreros como los metalúrgicos sufren para completar sus plantillas.

Si la sincronía entre los servicios de promoción y el mundo laboral fuera total, uno de cada diez parados asturianos estaría en condiciones de comenzar a trabajar mañana, como bien se detalla en un informe que LA NUEVA ESPAÑA publica hoy en su sección de “Economía”. Lo que ocurre en la actualidad es que ninguno de los pilares imprescindibles para que el mercado funcione está alineado. Los perfiles productivos que buscan las empresas van por un lado; los deseos de los trabajadores, por otro, y la propuesta de los centros educativos, por una tercera vía ajena a ambas realidades. La enseñanza siempre llega tarde para adaptarse a la flexibilidad y la exigencia, hasta el punto de que varias compañías han optado por preparar por su cuenta profesionales. De la transformación de la FP, por ejemplo, llevamos hablando lustros. Pero solo hablando. Cada intento de reforma muere en la orilla. A estos lastres suman los especialistas el efecto desincentivador de los subsidios a la hora de buscar un tajo, la desmotivación que genera la incertidumbre y la elevada rotación de oficios a que incita la escasez de oportunidades sólidas.

No existe una maldición que obligue a asumir estas penalidades como un castigo divino, eterno e inmutable. Para que las cosas cambien hay que actuar. Dejar de decir y decidir qué hacer. Aterrizar de una vez de ese cielo etéreo de las palabras ampulosas y los propósitos bienintencionados que dan vueltas y vueltas sobrevolando las tribunas sin descender nunca a tierra. Hay pocos objetivos para luchar y unirse en Asturias tan clamorosos como el de no desaprovechar ni un solo empleo. Renunciar a conseguirlo sí que sería la gran dimisión moral y política de la sociedad asturiana.