Opinión | Asturias y los asturianos

Las manos que Goya no pintó

Ramón de Posada y Soto, primer presidente del Tribunal Supremo español

Retrato de Ramón de Posada pintado por Goya.

Retrato de Ramón de Posada pintado por Goya.

En un museo de San Francisco se cuelga el retrato que Francisco de Goya le hizo al egregio asturiano Ramón de Posada y Soto, primer presidente del Tribunal Supremo español. Data de 1794, cuando pintor y pintado tenían cuarenta y ocho años. Don Ramón posó ante un Goya sordo y achacoso, en una época en la que el de Fuendetodos había comenzado a asumir en la corte encargos artísticos de ese tipo, lo que le permitiría acumular cierta fortuna. Antes había pasado por su caballete Jovellanos, contrapariente de Posada.

Nuestro histórico jurista aparece en el lienzo escondiendo sus manos. La derecha se localiza detrás de la pierna y la izquierda bajo su casaca. Se especula que el maño universal cobraba aparte por pintar las manos, algo que choca en el caso de don Ramón de Posada, dados los numerosos y trascendentales asuntos que pasaron por ellas a lo largo de su existencia.

Quienes han estudiado la vida y milagros de este desconocido cangués destacan en él su formidable humanismo. De estirpe linajuda, se formó con los Benedictinos en Celorio y cursó luego derecho en Valladolid, Burgo de Osma y Ávila. En Madrid ejercería algún tiempo como abogado y se interesaría por las bellas artes, ingresando en la Real Academia de San Fernando. Destinado como juez a Guatemala, y luego como fiscal al Perú y a México, desarrollaría allí una dilatada trayectoria en la magistratura indiana.

Su ingente tarea en los cargos americanos estuvo marcada, según Santos Coronas, "por las notas de probidad, talento, celo por el real servicio y desinterés, repetidamente reconocidas por esos virreyes en sus despachos oficiales". Pero también por su alta sensibilidad hacia los indígenas y el mundo del arte. Fue el auténtico artífice de las poderosas reformas administrativas, económicas y fiscales del reinado de Carlos III en ultramar. De hecho, cuando Goya retrata a Posada le pinta la Orden civil del mejor alcalde de Madrid en su pecho, tras regresar a la península como fiscal.

Años después, trabajaría con Campomanes sobre el proyecto de comercio con Filipinas, la India y China. Renunció al Consejo de Estado de Pepe Botella, pasando al bando nacional como miembro del Tribunal de Vigilancia y Protección y como decano del restablecido Consejo de Indias. En la nueva planta judicial estrenada en Cádiz, Posada sería nombrado primer presidente del Tribunal Supremo, hasta que dos años después lo suprimió el deplorable rey felón.

Para Vicente Rodríguez, uno de los principales biógrafos de Posada, Goya quiso resaltar con los claroscuros del cuadro los "inteligentes y despiertos ojos" del natural de Onao, al parecer tan característicos de su personalidad.

Pero lo que sobre todo ocultó el genial grabador aragonés son unas de las manos más prodigiosas que ha proporcionado al derecho español este esclarecido hijo del Principado. Su copiosa y dispersa obra jurídica merece por eso ser recopilada, aprovechando para recuperar su legado y su enorme protagonismo en nuestra memoria judicial. Esas gastadas manos y esos vivos ojos debieran, sin duda, de conocerse mucho más en su propia tierra, afán al que a finales del mes de abril se aplicarán a fondo un puñado de beneméritas instituciones asturianas y nuestro más Alto Tribunal, unidos generosamente para homenajear como corresponde a uno de nuestros más preclaros e ignorados próceres.

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