Omedina (Ribadesella)

Patricia MARTÍNEZ

Hace algo más de dos décadas que la tranquilidad llegó al pueblo riosellano de Omedina. María del Carmen Fanjul Llano, que entonces era alcaldesa pedánea, vio su lucha recompensada con el desdoble de la nacional 634, la antigua carretera a Santander.

Hasta aquel momento, los accidentes eran frecuentes e incluso un camión llegó a empotrarse contra la casa de la representante vecinal. Su hija, Luz Marita Martínez Fanjul, aún recuerda aquel calvario y asegura que ahora pueden vivir «tranquilos».

Su madre peleó con el departamento de Obras Públicas, al que enviaba fotografías de los accidentes, «hasta que se dieron cuenta de que aquello no podía ser», relata Martínez Fanjul.

El pueblo está atravesado por una carretera sin más circulación que la de los cinco vecinos que viven allí todo el año y los veinticinco que se juntan en verano y vacaciones.

Llegan, además, los proveedores de servicios y la tranquilidad es mayor desde hace cinco años, cuando el Ayuntamiento cerró una de las entradas a Omedina, que algunos conductores aprovechaban para hacer «rally».

Desde entonces, la carretera no les ha dado mayores problemas, aunque la entrada al pueblo «algún susto sí dio», pues «la iluminación de la cooperativa, cuando vienes de abajo, te desorienta un poco», explica la vecina.

Omedina ganó unos juegos florales en 1956, una época en la que «las mujeres plantaban flores por todos los sitios, por las cunetas, el pueblo era una preciosidad», rememora Martínez Fanjul. Aún se puede leer una placa en la casa del alcalde de aquel momento, cuando el mismo gobernador de Asturias visitó la localidad y preguntó a sus habitantes cómo podían arreglarse sin agua corriente.

La luz eléctrica había llegado un año antes, en 1955, y a raíz de aquella visita, Omedina recibió una aportación económica para traer el agua de «La Fuente de la Barca». En el mismo lugar había un pozo pesquero, que frecuentaba el abuelo de Luz Marita Martínez, Félix Fanjul. Al contrario de lo que hoy permiten las leyes, el hombre vivía de la pesca y la venta de pescado y enseñaba sus secretos a muchas personas de la alta sociedad que, hospedados en el Gran Hotel del Sella, le pagaban la comida y la jornada.

«El río Sella producía riqueza y comida, todo el mundo tenía pescado en su casa», recuerda la nieta del ribereño. Salmones, truchas, reos, anguilas, lampreas, «todo se vendía o se comía y ahora no se puede», lamenta al tiempo que recuerda que «está pasando gente por aquí con necesidades».

La ribera les ha dado muchas alegrías pero también algún susto, uno en especial, el de junio de 2010. «Fue horroroso, nos entró medio metro de agua y no vino nadie. Tuvo que sacarnos Balbino Traviesa, el alcalde pedáneo», recuerda la vecina, que nunca antes había visto un desbordamiento semejante.

Piden que se mejoren los desagües y que la arboleda que está a la entrada del pueblo se tale y se ponga en su lugar un área de descanso para conductores, con bancos y mesas. Traviesa, el representante actual de los vecinos de Omedina, también ha solicitado al Ayuntamiento riosellano la tala de los árboles del monte comunal que tienen a sus espaldas, pues le quitan horas de sol. Otra de sus necesidades es la colocación de varios puntos de luz entre las primeras casas y el lugar donde iría el área de descanso, pues «en verano pasea mucha gente por aquí», añade Traviesa. Su vecina suma el arreglo de un camino vecinal que discurre por el río y que «está hecho un desastre» por la carga y descarga de las canoas que realizan las empresas de turismo activo. «Se forman baches y está lleno de suciedad», apunta.