Hace de ello la friolera de unos cuarenta millones de años -en una época de la historia de la Tierra conocida como Eoceno-. Mucho antes de la aparición del hombre neandertal de Sidrón, la hoy ciudad de Oviedo estuvo parcialmente ocupada por lagos y charcas de aguas turbias (ciénagas) donde moraban organismos crustáceos acuáticos, de pequeñas dimensiones, provistos de un caparazón bivalvo (ostrácodos), junto con gasterópodos de agua dulce («Planorbis» y «Linnea»), ambos característicos de facies lacustres. Asimismo, en el medio cenagoso se desarrollaba una rica vegetación de algas carófitas que vivían arraigadas en el fondo mediante estolones o raicillas; estas plantas -importante indicador paleoclimático- formaban un lodo en el fondo de las charcas y actuaban como generadoras de carbonato que con posterioridad se convertiría en una roca.

El régimen lacustre, caracterizado por calizas y margas blanquecinas y verdosas -tal como afloran, por ejemplo, en el Cristo o en Montecerrao-, se hace puntualmente evaporítico, volviéndose las aguas más salobres, en una situación climática más cálida que la presente, con un cierto grado de aridez; tal circunstancia se focaliza, sobre todo, en dos manchones ubicados en los alrededores de Llamaquique y Ventanielles-La Corredoria, donde se depositaban yesos. El paisaje sería similar a un sebkha actual (del tipo de los de Túnez, Omán o Libia).

Testimonio fehaciente de esta importante etapa de precipitación química eran los denominados pozos del yeso, en el «campo de maniobras». Se trataba de una mina de yeso a cielo abierto, que llegó a profundizar el equivalente a tres pisos, ubicada en el entorno del cruce de las calles Hermanos Pidal y Coronel Aranda.

La referida explotación de sulfato cálcico ya existía en el siglo XVI, tal como recogen documentos del Archivo Capitular de la Catedral, aludiendo a su beneficio en 1526 y a que el producto de Llamaquique se transportaba en carros, cada uno de los cuales costaba diez maravedíes. También es mencionada por un ilustre viajero inglés, el reverendo Joseph Townsend, en su visita a Asturias en 1786, mencionando que «al oeste de Oviedo el suelo es yesoso». Tampoco pasó desapercibida para Guillermo Schulz, director del Distrito Minero de Galicia y Asturias, quien en 1838 subraya: «En un llano al oeste de Oviedo se explota yeso, que al parecer forma bancos horizontales encima del terreno cretácico, cubiertos solamente de delgadas capas de marga blanca y la tierra vegetal».

En los años veinte del pasado siglo se hallaron en las vetustas yeseras, dentro de una masa de alabastro que se estaba minando, restos esqueléticos de mamíferos herbívoros (paleotéridos), con rasgos parecidos a los del tapir, que habita hoy día en Indonesia e Indochina. Un estudio reciente de los fósiles ha permitido concluir que se trata de una fauna hasta ahora desconocida, quizá de procedencia africana. Junto a ellos aparecieron otros vertebrados roedores, así como una tortuga, cuya agrupación paleontológica se asemeja a la de los terrenos de la cuenca de París (zona de Montmartre), con características estratigráficas similares y además de la misma época geológica. Los ejemplares de Llamaquique se encuentran fuera de Asturias depositados en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, salvo el quelonio, que está expuesto en Salamanca.

Este importante hallazgo científico fue recogido con enorme curiosidad por la prensa de la época, destacando un artículo publicado el 25 de marzo de 1927 por el naturalista Eduardo de Fraga Torrejón, donde relata que las citadas piezas fósiles fueron descubiertas por el ingeniero de la Jefatura de Minas Celso Arango en las canteras de yeso del señor Díaz Rato, una vez explosionado un barreno. Las primeras investigaciones sobre el material reseñado corrieron a cargo de los catedráticos del Instituto Jovellanos de Gijón José Ramón González-Regueral y Joaquín Gómez de Llarena (1926), y del doctor en Ciencias Naturales de Madrid José Royo Gómez, cuyo trabajo fue publicado en una prestigiosa revista francesa en 1927. Igualmente, en el subsuelo de Ventanielles-La Corredoria los sondeos mecánicos han detectado un importante nivel de yeso que llega a alcanzar un espesor superior a los dieciocho metros. De manera puntual, el horizonte yesífero está afectado por procesos de karstificación que han llegado a disolverlo parcialmente, creando una red laberíntica de cuevas, alguna de las cuales presenta dimensiones del orden de cinco metros.