Oviedo fue siempre ciudad de libros, por una parte por la temprana influencia eclesiástica y por otra por la oportuna creación de la Universidad, que ya cumplió 400 años como motor cultural. Durante siglos todo aquel Oviedo redondo se llenó de librerías, que con frecuencia eran también imprentas y distribuidoras. En muchas casas de Oviedo se conservan todavía algunos libros con el sello o la etiqueta de Cornelio, o de Galán en Platería o de Martínez y Lueso en la plaza Mayor.

Con la paulatina subida del nivel de vida y el gozoso aumento de los lectores, olvidado el latente analfabetismo, Oviedo se cubrió de librerías a la moderna, que a pesar de los pesares siguen luchando día a día con una labor que nos favorece a todos.

Los libros suelen establecer una relación de parentesco con sus dueños, una relación personal que sólo se rompe con la muerte. Y ahí vienen las segundas vidas de los libros, que de mano en mano van, con frecuencia, porque en muchas herencias lo primero que sobra son los libros, que van camino del Fontán, donde suelen encontrar nuevo amo, nuevos ojos que les acojan. Efectivamente, al Fontán van desde hace años a parar muchos libros. En los primeros años del rastro dominical había en el santo suelo de lo que había sido charca desecada muchos libros religiosos, incluso lujosamente encuadernados en piel de Rusia, que procedían sin duda de los estantes de clérigos fallecidos, incluso todavía con las estampas dentro. Ya se ven pocos de esos pero el Fontán sigue siendo fuente de sorpresas y placeres. Hay puestos cuidadosos que saben bien lo que venden, y de ahí, en degradado, hasta los que hacen montón con otros mil objetos sin futuro, quizá porque nunca tuvieron presente. Y es que los libros no deben sacralizarse, porque su formato de hojas cautivas no garantiza nada y hay libros que nacen equivocados, por cumplir vanidades varias. Los libros son seres vivos y bulliciosos, que nacen, crecen e incluso mueren.

Eslabón intermedio entre la librería y el Fontán son las librerías de viejo y las anticuarias, y de esas también tenemos en la ciudad, benefactoras de lectores y desleídos, capaces de acoger con alma samaritana lo que otros no quieren o no pueden disfrutar. De vez en cuando se ven ofertas de libros al peso, entre 1 y 5 euros el kilo, un kilo que también puede ser de versos. A veces hay en la calle oferta de libros que fueron a parar a la boca abierta de los contenedores de papel. De allí se sacan y se exponen para que tengan otra oportunidad, al precio de gratis.

Y luego están las bibliotecas, pero esa es otra historia. Y los libros electrónicos, que no acaban de despegar para comerse al libro convencional.

Ya estamos en primavera y los libros florecen y retoñan.