Ch. NEIRA

Ayer hacían las defensas orales de sus proyectos y ahora emprenderán el regreso a casa. Veinticinco estudiantes de Ingeniería Química de las universidades norteamericanas de Iowa y Wisconsin acaban de completar su curso de cinco semanas de laboratorio en la Universidad de Oviedo, un proyecto de colaboración de una a otra orilla que este año suma ya trece ediciones y que deja siempre en los jóvenes cierto cansancio intelectual por lo apretado del programa y la necesidad de una semana extra para poder disfrutar más de la ciudad y alrededores.

Eso es lo que cuentan, entre bromas, Abby Jensen y Eric Grinde, mientras tratan de mejorar los resultados en una máquina de transmisión de calor por ebullición. Abby se afana en detallar cómo el variado de la presión le permite obtener distintos resultados y analizar diferentes tipos de ebullición, y Kenneth Jolls, profesor de Ingeniería Química de la Universidad del Estado de Iowa, le mira y le suelta divertido: «Suena como si supieras lo que estás haciendo».

En realidad, deberían saberlo, porque el programa es exigente e intensivo, con diez experimentos, uno cada dos días, en laboratorio y en la planta piloto de la Facultad de Química, sobre transformación de materia y reacciones químicas en una industria.

El programa de cinco semanas en laboratorio para estudiantes norteamericanos viene de antiguo. En realidad, explica Susana Luque, una de las cinco profesoras de la Universidad de Oviedo adscritas a este programa, parte del año 1999, cuando el profesor José Coca empezó a ir de invitado a la Universidad de Madison, en Wisconsin, en verano. El curso de cinco semanas de laboratorio ya se impartía en esas universidades norteamericanas, y desde allí surge la idea de repetirlo en otros centros fuera del país. En Europa, el programa sólo se exportó a Londres y Oviedo, pero en la actualidad el de Londres se ha cancelado por «falta de calidad». Eso dicen los profesores Jolls y Ross Swaney, este último de Wisconsin. Desde Oviedo, José Ramón Álvarez explica que en Londres habían ido dejando el programa en manos de becarios, algo muy distinto a lo que se hace en Oviedo, donde junto a él y a su compañera Susana Luque también están Fernando Díez, Salvador Ordóñez y Pablo Marín tutelando a los estudiantes.

Las instalaciones son muy buenas para las prácticas, en especial la estructura de la planta piloto desde donde la Universidad de Oviedo desarrolla muchos experimentos para diversas empresas nacionales. ¿Mejores que las de Estados Unidos? Álvarez lo tiene claro: «Son iguales. La diferencia es que allí, además, tienen técnicos de mantenimiento que están permanentemente trabajando con las máquinas, y aquí lo hacemos también nosotros».

Por ahora la experiencia de las cinco semanas de laboratorio no es de ida y vuelta. Los chavales norteamericanos hacen las mismas cosas que los de aquí pueden hacer durante la carrera, los mismos experimentos, pero con otros ritmos de tiempo.

Si aquí se le pide a un estudiante un trabajo de seis horas para lograr un resultado, en el programa norteamericano se les dejan dos días seguidos y completos hasta que logren determinado tipo de resultados.

Esas prácticas con los equipos y la redacción de informes agotan todo su tiempo, pero, claro, son jóvenes y también sacan tiempo para la diversión. Aunque sea poco. «Hemos visitado algún centro comercial, la Catedral, el Campo San Francisco, pero hemos estado mucho tiempo trabajando», insisten Erin Claeys y Amber Hilderbrand, otras dos estudiantes. También han ido a visitar la Bayer, Asturiana de Zinc y se fueron de excursión hasta Burgos para conocer la fábrica de San Miguel, disfrutar de una comida medieval y visitar el casco viejo de la ciudad castellana. Y, también, ver las barricadas de los mineros en la autopista. «Sí, nos pilló muy de cerca», recuerdan.

Muy concentrado y, ahora, ya agotado. El experimento toca a su fin.