La Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) sumó un gran éxito en un programa que, fuera de su temporada de abono, dedicó al oratorio «La Creación» de Haydn. La intención del compositor era «intensificar el sentimiento de respeto en el corazón de los hombres y volverles más sensibles hacia la bondad del todopoderoso Creador», como recogía Rafael Banús en las notas al programa. «La Creación» es una página maestra, en su construcción y recursos expresivos, que es conducida por las voces solistas -los ángeles Gabriel, Uriel y Rafael-, quienes exponen y glosan el relato divino, festejado en cada una de sus fases por el coro, que en este caso integraron las voces de la Fundación Príncipe. En «La Creación», Haydn superaba así esquemas de épocas anteriores, desde una óptica prerromántica.

Al frente del concierto, Benjamin Bayl volvió a demostrar que es una apuesta segura en este repertorio. El director contó con Jorge Jiménez en el violín concertino, al igual que hiciera en la «Agrippina» de la Ópera de Oviedo. Además, vimos a Silvia Márquez al piano forte -como Jiménez, habitual en las filas de «Forma Antiqva»-, que destacó en el bajo continuo junto al violonchelo principal de la OSPA, Vladimir Atapin. La OSPA ofreció así una «Creación» de gran colorido y refinados perfiles, atenta en todo momento a los elementos descriptivos y expresivos de la obra, con naturalidad y fluidez sonora en su hacer orquestal. Así se mostró desde la introducción del oratorio, un pórtico de tensiones contenidas en representación del caos, hasta el acompañamiento de las arias del barítono y la soprano, que fue donde la OSPA alcanzó los momentos álgidos de la interpretación.

En el trío «celestial» de solistas destacó el estilo y color vocal de la soprano, Eleanor Dennis. La cantante protagonizó momentos excepcionales, de verdadero virtuosismo, a partir de su primera aria, de compleja línea vocal. También su aria de la segunda parte, «Con sus potentes alas», de ligera escritura, sonó exquisita junto a las cuerdas y las maderas. Así como el recitativo de Eva, una declaración de amor (y también de obediencia) a Adán, sobre un bajo continuo de especial fantasía. De este modo, Adán y Eva se complementan en una sola existencia, que Haydn nos retrata placentera. Y ambas voces -soprano y barítono- se fundieron a la perfección para ilustrarlo en la tercera parte del oratorio.

Hay que destacar el trabajo del barítono William Berger, con un papel muy dinámico en el desarrollo del trío solista. Baste recordar los recitativos y arias que narraron el «Día Tercero», donde Berger defendió un fraseo ambicioso, si bien algo inestable en el registro agudo. El cantante defendió así números de diversa exigencia, pero con un resultado global de empaque. Su flexibilidad vocal y el dominio de la zona grave fueron determinantes, como en recitativos del tipo «Se abrieron entonces las entrañas de la tierra», número de recursos musicales muy concentrado, y al que siguió el aria «Brilla el cielo en todo su esplendor» que, eso sí, precisó de mayor control de volúmenes por parte del director, en relación a la parte vocal. No tan regular fue la actuación del tenor, Topi Lehtipuu, que sonó forzado en las arias en su registro agudo, con una voz poco dúctil. Estas dificultades vocales se apreciaron claramente al final del aria «Lleno de nobleza y dignidad», del «Día Sexto». Lehtipuu se mostró más efectivo en los recitativos. Por su parte, el Coro de la Fundación lució una polifonía brillante, en coros exultantes que destacaron sobre todo en los finales de número. Además, el dúo y coro de la tercera parte de la obra resultó delicioso, con un efecto estático ante la inmensidad del universo.