Guiado por la música de Gioachino Rossini, Alberto Zedda (Milán, 1928) ha llegado al teatro Campoamor. El promete ser esta noche uno de los grandes protagonistas de la gala de entrega de los Premios Líricos «Teatro Campoamor». «Rossini es el descubrimiento de mi vida», reconoce, y explica que llegó a él sin proponérselo, ni mucho menos. «Yo soy un romántico, un apasionado, soy un wagneriano. Rossini, que es ordenado y cartesiano, no fue una elección, lo encontré en mi camino y me atrapó», cuenta. Fuera como fuera, el maestro Zedda quedó preso de las redes de su compatriota y a él ha dedicado la mayor parte de su tiempo y su trabajo. Hoy, antes de recibir el premio a toda una carrera, dirigirá la orquesta Oviedo Filarmonía en la obertura de «El barbero de Sevilla», la obra que le descubrió al compositor.

Ayer, recién llegado de La Coruña, donde tiene su segunda casa -su esposa, Cristina Vázquez, es de allí-, reflexionaba sobre el significado de ese galardón. Es el primero con esa nominación que recibe y considera que es una señal de que «es el momento de hacer la suma de todo lo que hice en la vida y en la profesión». Menudo, risueño y apacible, sus palabras revelan el apasionamiento del que antes hablaba. «No estoy acostumbrado a mirar atrás, miro adelante como si me quedaran por vivir mil años, tengo sueños, proyectos... Trabajo como antes, incluso más que antes», refiere y parte importante de esos esfuerzos van a parar al Festival Rossini de Pesaro, que dirige.

No se cansa de hablar del compositor, del que lo sabe todo. Está al tanto de sus debilidades humanas, como la enfermedad nerviosa que padecía, y conoce la grandeza de su alma. «Es música, pero no sólo música: propone una filosofía, unos valores; la suya era una ética libertina, en el sentido más amplio de la palabra; era un hedonista», dice. «Es moderno, es ambiguo. No emite juicios, respeta al bueno y al malo», explica y continúa: «No es clásico, ni romántico, el suyo es un mundo diferente, un olimpo entre el cielo y la tierra, es abstracción pura». «Rossini es un ejemplo de fidelidad a un credo. Con "Guillermo Tell"» demostró que podía ser un gran compositor romántico, pero no era lo que quería, y guardó cuarenta años de silencio», dice. No puede disimular que está rendido a sus pies: «Rossini es un compositor inmenso».

Décadas atrás, cuenta, era difícil encontrar voces que se adaptaran a la visión musical que requiere Rossini, el bel canto. «Ahora ha mejorado el nivel cultural de los cantantes y se respetan más el espíritu, los colores, los acentos...», opina. «Rossini necesita más cerebro que corazón para ser cantado», es el consejo del maestro.