E. FERNÁNDEZ-PELLO

«¿Quieres tener menos tiempo para ti y ser más feliz?». Una niña de ojos almendrados y coletas sale al paso de los ovetenses y les interroga desde los carteles colocados en varias calles. Con esa pregunta anima a participar en los programas de familias acogedoras gestionados por el Principado a través de Cruz Roja.

Oviedo es el municipio asturiano con menos participación, según la responsable de acogimiento de Cruz Roja, Rosa Trapaga. Gijón está a la cabeza y hay padres voluntarios dispersos por toda Asturias. El único requisito para incorporarse a esa nómina de la solidaridad es pasar un sencillo proceso de valoración y seguir un curso de formación que dura dos meses (ocho sesiones de tres horas una vez a la semana). Hay familias acogedoras de toda condición, parejas, mujeres y hombres solos, jóvenes y personas ya entradas en edad, gente que trabaja y desocupada y con situaciones económicas dispares. «Lo que tienen en común es una gran calidad humana», apostilla Trapaga.

Siete familias han participado en el primer curso de preparación de este año, «y ya estamos buscando familias para el segundo», comenta. Esta tarde, a las seis en la biblioteca de Villa Magdalena, Cruz Roja ofrece una charla informativa sobre sus dos programas de acogimiento familiar, «Familias canguro» y «Familias voluntarias». El próximo lunes, día 24, a la misma hora, habrá otra en el centro de la Lila.

Faltan familias. «Aquí nunca tenemos gente en espera, como en la adopción», afirma Trapaga, que se apresura a aclarar su diferencia con el acogimiento, que sirve para paliar temporalmente las necesidades afectivas de niños en situación de desprotección, que volverán con sus familias biológicas cuando su panorama haya mejorado, serán entregados a unos padres adoptivos o regresarán al centro de menores. María Prados y Jesús Canellada acaban de completar el curso de formación y esperan recibir, por primera vez, un niño. Tienen varios hijos, ya mayores. «Siempre estaba pensando en dar este paso, hasta que conocí a una familia que lo había hecho y me animé. Me dije: Ahora me lanzo», cuenta ella. «Tenían una cara de felicidad...», añade.

Marta Acebal y José Luis Baragaño tienen cuatro hijos, dos nietos y cada fin de semana y en vacaciones reciben en su casa a un niño de nueve años que ya es uno más de la familia. La adaptación ha sido trabajosa, reconocen. Su chaval es muy inquieto pero también tiene «muy buen corazón», se apresura a añadir José Luis. «Nosotros somos pa y ma», cuenta Marta, que fue una niña adoptada. Su historia fue «un flechazo». «El primer día fue como si nos conociéramos de toda la vida», afirman.

José Luis, que era camionero, no pudo disfrutar de la infancia de sus hijos como hubiera querido, y quizás ahora se está desquitando. Cada viernes va a buscar a su chico a la salida del colegio. Este fin de semana la familia se iba a una de las «ferias de abril» que desde hace unos años se celebran en Asturias. «No hay cosa más grande que criarte con los tuyos», afirma Marta, pero si eso no puede ser hay gente como ellos.

María José Antiñolo y Amador Espejo llevan siete acogimientos, todos de bebés. Tienen tres hijos y un nieto y a lo largo de este tiempo han tenido trabajo, han estado en el paro... Mientras se hacía este reportaje María José recibió la buena noticia de haber sido aceptada para un empleo, en un servicio de limpieza. Saben que los niños que reciben en su casa no pasarán más de dos años con ellos y sufren con las despedidas. «Nosotros disfrutamos el día a día», dicen, y guardan todas las vivencias del tiempo que pasan juntos para entregárselas al pequeño cuando se vaya con su familia definitiva.

El vínculo se deshace ahí, aunque a veces hay reencuentros. El pasado sábado fueron a ver cantar al colegio a una de las niñas que cuidaron, sus padres adoptivos han querido que la chiquilla les conociera y les ha buscado. Amador cuenta que hace algún tiempo tropezaron en el parque con otro de sus bebés, pero ya no sabía quiénes eran. Ellos se quedaron mirando de lejos cómo jugaba y viendo que corría a dar besos a quienes parecían ser sus padres se fueron felices.