Al Oviedo las complicaciones se le acumularon un par de minutos después, cuando Berjón miró al banquillo y pidió el relevo por lesión. Hierro aprovechó para que Carlitos de Pena, uruguayo que llegó en el mercado de invierno y que estaba inédito, entrara en escena. Pero un simple cambio de piezas no fue suficiente para dar un nuevo aire a los azules.

El Rayo mantenía la pelota de una forma inofensiva, más como mecanismo de defensa que otra cosa, pero en sus momentos de menos acierto, el Oviedo intentó acercarse al área rival. Sólo Susaeta propuso algo diferente, pero su lanzamiento desde la frontal lo despejó Gazzaniga. Al descanso la sensación era que a los azules les había faltado una marcha ante un rival para el que la mayor amenaza era su situación en la tabla.

Con el Oviedo buscando su sitio en el campo, llegó el segundo mazazo, el que finiquitó el choque. Otra vez una incursión por la banda, la izquierda, acabó con un centro raso al área. La zaga logró anular el primer intento, pero Javi Guerra se hizo con el rechace y lo empujó a la red. Si el Oviedo nunca había estado cómodo en el partido, no parecía que un 2-0 le fuera a hacer cambiar de actitud de forma inmediata.

Ante un escenario tan poco amistoso, Hierro intentó un cambio desde el banquillo. Entraron al campo Nando y Pereira y se retiraron Susaeta y Linares. Pareció una de esas decisiones a la desesperada, cuando se confía más en la fe que en el fútbol. El Oviedo intentó estirarse algo, lo hizo con la pelota pero los daños a la meta rival fueron mínimos: sólo Pereira inquietó a Gazzaniga con un chut que se fue al lateral de la red.

El partido siguió siendo apacible para el Rayo hasta el final. Aquel arreón en los primeros 20 minutos había sido suficiente para poner tierra de por medio. El Oviedo sufre un tropiezo sin males mayores que perder una parte de la renta que llevaba a los perseguidores: ahora el séptimo se acerca a los tres puntos. Aunque a los azules les sentaría bien una reflexión profunda sobre las causas de la derrota.

Con 12 jornadas aún por disputarse, un mundo en la competitiva Segunda División, las actuaciones poco enérgicas se pueden pagar caro. Si los azules entran en el césped guardándose cosas, lo pasarán mal. Sea quien sea el rival. Los de abajo aprietan a estas alturas de campeonato y el resto de candidatos no están dispuestos a dejarse caer. Con el Tartiere como seguro cada quince días, los partidos a domicilio tienen que suponer un plus, el empujón definitivo para acercarse al objetivo final. Pero en ese reto de sumar fuera nunca puede faltar la intensidad. Es una de las lecciones más básicas de la Segunda División.