Director del máster de Restauración de Monumentos de Arquitectura de la Politécnica de Barcelona

2 Javier Cuervo

Salvador Tarragó i Cid (Tortosa, 1941), arquitecto por la Universidad de Barcelona, dirige desde 1985 un máster de dos años de Restauración de Monumentos de Arquitectura de la Politécnica de Cataluña. Su activa trayectoria incluye la dirección del Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos de Barcelona desde el que desarrolló una gran labor editorial y de estudio. Es cofundador y fue el primer presidente de SOS Monuments, iniciativa de un grupo de arquitectos, geógrafos e historiadores catalanes preocupados en abrir canales de participación de la sociedad en la democratización y control de la gestión del legado histórico y artístico.

Se ha comprometido con la Comisión de Patrimonio de la Asociación Cultural de Abamia a realizar un informe sobre la polémica restauración de la iglesia de Santa Eulalia. Tarragó conoció Abamia por casualidad el pasado verano. Fue por medio de su hermano, socio de SOS Monuments, que está casado con una madrileña hija de asturianos y que le llevó a que viera la iglesia. Como Abamia no es un caso aislado, Tarragó tiene un discurso general por encima del concreto respecto a la obra realizada en la iglesia de Cangas de Onís.

-Errores como los cometidos en Abamia son propios de la formación del arquitecto moderno, formado en lo moderno y que da valor a la arquitectura racionalista y a los materiales como el hierro y el acero en menoscabo de la arquitectura histórica.

-¿Cuándo empieza a suceder esto?

-A partir de los años sesenta se considera que la arquitectura moderna tenía que luchar contra la académica o neoclásica, a la que se desprecia. Así empiezan a proyectarse los volúmenes puros, abstractos, monocromos y los materiales modernos y brillantes contra la pieza clásica. Rige la idea del contraste. Por eso el ensabanamiento que proponen los restauradores y que convierte Abamia en un fantasma, por eso el color amarillo que se considera moderno, por eso los bajantes de cinc... No tienen en cuenta la memoria histórica. Desde el elitismo profesional, se olvidan que tanto patrimonio es la iglesia como sus usuarios, los vecinos. Hay una posición soberbia del autor y de la Administración de considerar ignorante la postura de los vecinos cuando los usuarios están incluidos en los criterios de valoración de patrimonio, determinados por las cartas de restauración y política cultural de la Unesco.

-¿Cómo es eso?

-Después de la Segunda Guerra Mundial, la Unesco tiene que ofrecer criterios de valoración que deben ser respetables para todos los países del mundo. Antes de eso, la arquitectura valorada era la neoclásica, la impulsada a partir del siglo XVIII para hacer los edificios del Estado, inspirada en Grecia, Roma y el Renacimiento. Contra esa arquitectura neoclásica reaccionó la racionalista, Le Corbusier, Mies van der Rohe, etcétera, a principios del siglo XX. Yo me formé en la lucha contra lo neoclásico, contra la arquitectura servidora de las clases dominantes, y lo entiendo muy bien pero ya han pasado los años, el enemigo ha muerto y desapareció.

-¿Eso es lo que está siempre detrás de lo que usted llama errores de restauración?

-Sí y la consiguiente falta de formación académica para restauradores. Hay que conocer los criterios de restauración que terminan reconociendo a los usuarios como parte integrante de propio patrimonio porque son patrimonio. Incluso ha desaparecido en la vieja clasificación de los monumentos.

-¿Cuál era?

-Los nacionales eran monumentos de primera; los provinciales, de segunda, y los locales, de tercera. Eso ha sido superado por la implantación de los Bienes de Interés Cultural de la ley de Patrimonio Histórico de 1985 que incorpora la doctrina de cartas y otros documentos de Naciones Unidas y Unesco. Ya no importan la categoría ni los materiales, sino que toda obra debe ser protegida por igual, sea una mezquita de barro del Senegal, sea la catedral de Milán, porque cada una es fruto de su cultura. Esto sucede igual con la investigación histórica. Antes, todo testimonio histórico debía basarse en un escrito; ahora los orales son equiparables. Y se protegen también los bienes inmateriales: los ritos, los cantos, las procesiones. Las lenguas no escritas también tienen el reconocimiento de su valor cultural. En Marrakech, por mediación del escritor Juan Goytisolo, que vive allí, se ha declarado patrimonio de la Humanidad una lengua que sólo habla una tribu en un mercado que hay los viernes. Detrás de todo esto se encuentra la idea de que el pueblo vale tanto como los reyes, algo profundamente democrático, cuyas implicaciones aún están inexploradas.

-¿En qué sentido?

-Cabría preguntarse si esos criterios cubren el casco antiguo de las ciudades, que suelen estar habitados por vecinos viejos, empobrecidos, que habitan viviendas de rentas bajas pero de valor y en los que el mercado está planteando políticas de expulsión que la Administración aplica. En Barcelona había pensiones que se alquilaban para dormir por horas y tenían varias puertas para poder escapar si era necesario. En un edificio de una calle de prostitución una anciana vivía en el quinto piso, casi inmovilizada porque no tenía ascensor, pero los vecinos la cuidaban y le subían la comida porque, desde las ventanas, actuaba como vigía por si entraba la Policía a hacer redada. Cuando era alcalde Pasqual Maragall no había forma de expulsar a esa gente y lo que hacían era sanear los edificios y radicar en el mismo barrio a la mayoría de los que vivían en ellos. Luego entró el mercado para expulsar a los vecinos.

-En el Raval esas maniobras empezadas pero inacabadas dejaron a algunos jóvenes profesionales y algunas empresas colgados, con una casa rehabilitada en un barrio de difícil habitación. ¿Cómo se puede controlar eso?

-Desde luego, el mercado no lo puede controlar. Esas operaciones con nombre de reforma urbana se pusieron en marcha con dinero de Europa: qué perverso, fondos europeos para echar a la gente por medio de la ruina provocada. Esa ruina era provocada por el propio Ayuntamiento que conseguía que se marcharan la mayoría de los vecinos y para desalojar a los que quedaban, levantaba los tejados y así con la lluvia había goteras, abría para que entrasen «okupas»...

-¿Hasta cuándo pueden ser patrimonio los viejos vecinos?

-No sé. Si los sacas de lo que han sido su entorno y su casa se mueren en seguida.

-¿Sus nietos también son patrimonio?

-Depende de si pueden mantener el inquilinato.

-¿Cómo hacer para no crear una reserva india?

-No hacemos nada porque renovar es muy caro. Por eso se recurre al abandono, para echarlos.

-¿Qué habría que hacer?

-Otro tipo de sociedad, más solidaria y colaboradora.

-Volviendo a los edificios. ¿La historia no se ha ido acumulando sobre los monumentos y cada arquitecto no ha dejado testimonio de su época?

-Puede haber opiniones contrapuestas pero esto no es subjetivo. Hay una legislación muy estricta y en España, desde los años treinta, nos hemos regido por una ley de patrimonio muy avanzada -que regulaba las visitas a los monumentos, no que permanecieran cerrados al público- y que las nuevas legislaciones, en parte, han avanzado. Pero la restauración tiene una interpretación muy laxa porque la formación académica del arquitecto es de crítica arquitectónica y para reconocer la identidad de un edificio e intervenir sólo se puede hacer desde los criterios de la época en que fue hecho. Los edificios no son laboratorios. Las catedrales góticas pueden tener altares barrocos o modernistas conviviendo porque se trata de edificios que se han hecho en un largo proceso, pero el criterio ha de ser que, mientras el valor constructivo se mantenga en pie, hay que conservarlo todo. Tienen que mandar siempre las vocaciones del edificio. Muchas veces encontramos reformas tan profundas que lo desfiguran porque se le quiere someter a un uso diferente para el que fue creado. Lo vemos mucho en las ciudades cuando encontramos esas fachadas apuntaladas que se conservan para hacer detrás un edificio moderno y diáfano que es una aberración. Intervenir en una de esas casas iguales de una calle del siglo XIX, hechas por un maestro de obras, puede ser menor, pero cuando se trata de edificios singulares protegidos por su condición de Bienes de Interés Cultural hay que respetar la fachada, la estructura, la caja de la escalera, los salones, los pavimentos, los cielorrasos y renovar baños y cocinas. Conservacionismo no quiere decir conservadurismo, un error que cometen los políticos y los arquitectos progres a los que la palabra «modernidad» les sirve para todo y para nada. La arquitectura llamada moderna tenía un contenido social, buscaba la reforma de la sociedad.

-¿Se refiere a la de los años treinta del pasado siglo?

-Sí, a la del GATEPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) y la de la sección catalana, el GATCPAC (Grup d'Arquitectes i Tècnics Catalans pel Progrés de l'Arquitectura Contemporànea). El más destacado en Cataluña fue Josep Lluís Sert que cuando se exilió en Estados Unidos llegó a ser director de la Escuela de Arquitectura de Harvard. Junto a su socio Torres Clavé hicieron la Casa Bloc que es un modelo de intervención de vivienda sociales o el dispensario antituberculoso que encargó la Generalitat cuando se creía que el sol curaba este mal y en el barrio de El Raval, con una densidad de mil habitantes por hectárea, la mortalidad por casa era del 20% anual. Hoy es un dispensario médico y sigue siendo tan hermoso que encandila.

-Ejemplos de malas restauraciones.

-Teatro romano de Sagunto. La cripta de la colonia Güell de Gaudí. El monasterio de Sant Pere de Rodes en el Pirineo de Gerona y el Museo Picasso de Barcelona.

-Si usted dice que hay criterios objetivos que respetar, ¿por qué no se persiguen las restauraciones «destructivas»?

-Porque los arquitectos son un grupo social dominante. En España hay pocos arquitectos restauradores competentes, a los que yo llamo conservacionistas. La mayor parte son intervencionistas, de intervención «modern style».

-¿Quedan artesanos en piedra y otros materiales para afrontar la realización de determinadas partes de la restauración?

-En mi pequeña escuela de arquitectura alrededor del máster de restauración tengo a los mejores artesanos de la construcción en piedra, yeseros, canteros, estucadores. La moral artesana es más importante que la técnica y está hecha sobre el amor propio por las cosas bien hechas. Se basa en que sólo hay una manera de hacer las cosas: bien hechas.

-¿Por qué, según su criterio, es mala la restauración de la iglesia de Abamia?

-Es un caso extremo: en el concepto hay una confusión de objetivos y en la obra una mala resolución.

-¿Qué falla?

-Ese ensabanamiento del edificio bajo una capa de estuco amarillo para dar la imagen del color de los edificios religiosos medievales. El color que representaba el cuerpo dorado de Cristo era el ocre, no ese amarillo inadecuado. El ensabanamiento desfigura el edificio porque se pierden elementos estructurales. Hace un año, después de lo de Abamia, el mismo equipo hizo una restauración adecuada en Santo Adriano de Tuñón, una iglesia prerrománica de mampostería vista donde limpiaron las juntas y cubrieron con mortero de cal. En la parte delantera, que es del siglo XVIII, estucaron sobre paredes alisadas sin tapar los elementos geométricos -sillares, esquineras, zócalos y cornisa recortada- que definen un marco de cerramiento de la pared. En Abamia se alisa y tapa todo.

-Pretendían proteger de la humedad las pinturas del interior.

-Podría ser adecuado si lo hubieran ejecutado con criterio, pero hicieron el recubrimiento unos muchachos del paro que, sin limpiar y rascar, embadurnaron encima y se desprendió. Eso es anticonstructivo: era imposible que se aguantara.