«Panes tiene miga». El viejo lema turístico reclama su vigencia desde una antigua pegatina en el cristal de la puerta de una tienda en el centro de la capital de Peñamellera Baja. El eslogan todavía insinúa las virtudes ocultas de un sitio que aún se ve lleno de potencialidades por desarrollar. Aquel juego de palabras sigue diciendo la verdad sobre esta encrucijada de caminos a tiro de piedra de dos fronteras -aquí al lado Cantabria, más allá León-, acerca de este punto donde la nacional 621 atraviesa la villa en el camino que va de Unquera hacia Potes y el macizo oriental de los Picos de Europa y, más al fondo, a Riaño y León. A este lado del límite astur-cántabro y recostado a lo largo de las vegas que bañan el Cares y el Deva un instante después de unir sus aguas, Panes, al decir de sus vecinos, continúa teniendo miga. Aunque últimamente haya llegado tarde a demasiados trenes, advertirán luego algunos, y haya perdido en lo que va de siglo casi el diez por ciento de su medio millar escaso de habitantes. Y aunque los que quedan sean cada vez menos y mayores y algunos jóvenes se hayan ido a Unquera y... Aquí se buscan imanes que retengan pobladores, apósitos para la hemorragia demográfica. A Panes le urge multiplicar los peces, y no sólo los salmones que en número cada vez más escaso bajan y remontan este río que, de momento, todavía desestacionaliza el turismo en la villa, que seguirá trayendo visitantes pudientes de las primaveras a los veranos mientras dure la temporada de pesca.

Para sacarle la miga no sobraría «un poco de magia, sacar algún conejo de la chistera». El que se rebela así contra el destino de su pueblo es Isidro Caballero, director del Museo de los Bolos de Asturias y presidente de la asociación cultural Pico Peñamellera. El truco, dice él, consiste en trabajar «a largo plazo» sin miedo a diferir los resultados, la poción mágica son unas gotas de utopía que aderecen la capacidad de la villa para «apostar por iniciativas basadas en los recursos que tenemos, sacándoles partido sin renunciar a nuestra identidad». Para dar forma a las ideas hay quien se fija mucho en los múltiples regalos que ha hecho la naturaleza a este «lugar privilegiado» y observa el salmón como «recurso mejorable», pero también la caza, las posibilidades de las dos vegas para el retorno a la agricultura o algunos espejos próximos. Al mirar hacia Cantabria, Caballero tropieza inmediatamente con Fuente Dé, ese enclave que apenas existía antes de que se construyese el teleférico que sube a Áliva y que con el tiempo ha llegado a ser la actividad más rentable de Cantur, la sociedad cántabra de promoción turística. El valor metafórico es evidente, Panes necesita un remonte. Una forma poco agresiva de ascender desde Abándames al pico Paisano, pone por ejemplo Isidro Caballero, y de animar a comprobar que desde allí un solo golpe de vista descubre toda la vertiente oriental de los Picos de Europa además del extenso valle de Panes y la fusión del Cares con el Deva. A este lado del río la Sierra del Cuera, el pico Jana, El Paisano o la Pica Peñamellera; a aquel otro, completando el pasillo, las rocas de los Picos en las estribaciones del macizo oriental o de Ándara. «Y eso de que un elemento así no tendría futuro más que en verano es mentira», se adelanta Caballero a las objeciones. «No tiene por qué funcionar sólo tres meses al año si la gestión se plantea con amplitud de miras».

El camino, eso sí, arranca con Lastres y la apariencia del punto de partida no ayuda. Hay 458 habitantes en el lugar donde había 504 en el año 2000 y una rebosante asociación de jubilados que con sus 193 socios, aunque es cierto que no todos residentes en el municipio, sirve para intuir cómo son los que aún resisten en Panes. Su presidente, Alberto Alonso, llama a tomar ejemplo de los errores de un pasado reciente en el que aquí, según su diagnóstico, «se hizo la estación después de que pasara el tren». Se refiere sobre todo a la explosión urbanística, que aquí llegó tarde, por lo menos más tarde que a Unquera, y que empujó a algunos jóvenes fuera de Panes y de Asturias. Al otro lado de la frontera, en el municipio cántabro de Val de San Vicente, hubo más facilidades para construir, más demanda y más terreno y la capital de Peñamellera Baja acabó viendo poca gente al mirar a los lados. A veces como «un pueblo fantasma», retrata Caballero. «Hay días que sales y no ves a nadie». «Y la culpa no es en concreto de nadie, tanta tengo yo, como vecino, como cualquier otro», reparte Regino Carrera, ex teniente de alcalde, presidente de la Fundación Salmón y propietario de un alojamiento rural en la villa. «Las circunstancias se dieron así», valora, dentro de esa espiral que abarata los precios porque suben la demanda y la oferta allí donde se pudo aprovechar el momento.

Con los datos en la mano, el alcalde de Peñamellera Baja, José Manuel Fernández Díaz, cuenta en la capital del concejo dos promociones en construcción, una con la licencia concedida y otra recién terminada entre viviendas sociales, de protección oficial y libres. Total, unos130 pisos nuevos para llenar «unas cifras muy significativas» y configurar «uno de los mejores momentos de nuestra historia en la obra pública» si se tiene en cuenta que a las viviendas se añade la construcción de una depuradora, un polideportivo y un centro de día. A su juicio, «haber llegado un poco tarde nos está sirviendo para mantener la actividad por encima de la media de lo que va de crisis». Esta recesión, asociada con aquella renaciente expansión inmobiliaria y con los precios, cada vez más asequibles, hacen que el regidor detecte «un cierto retorno a la villa de un núcleo de población muy interesante». Vuelven algunos que se fueron, apunta, pero en el camino se cruzan con todos esos, «no tantos», que han sucumbido a los atractivos de las viviendas del otro lado de la frontera con Cantabria. Y no sólo de la vivienda. Cuando nace un niño en Panes, a menudo la villa pierde dos o incluso tres habitantes. La paradoja, comentan aquí, se hace veraz por las subvenciones a la natalidad de la comunidad de al lado, donde las familias con rentas anuales inferiores a 18.000 euros reciben cien euros al mes por cada hijo menor de 3 años y desde este mes doscientos a partir del tercero.

No extraña, pues, la histórica inclinación de Panes hacia Cantabria, el sitio «de donde vienen los clientes naturales de nuestra hostelería y nuestros negocios», asume el Alcalde. Por cuestiones geográficas, «las campañas turísticas de Cantabria nos afectan más que las de Asturias y nuestros mejores años son los jubilares lebaniegos». Aquí gustan los años santos en Santo Toribio de Liébana, como 2006, con su tránsito de visitantes de paso hacia el santuario por Peñamellera Baja y Panes.

«No estaría mal encontrar algo para conseguir que además de pasar paren», aporta Alberto Alonso, que vuelve a Cantabria a buscar el ejemplo, ahora uno muy dulce: «En Unquera acertaron con las corbatas». Ahí entra la magia que pedía Isidro Caballero o los salmones que defiende Regino Carrera o la iniciativa empresarial de la que son modelos Manuel Monje, uno de los responsables de la quesería Hermanos Monje, y Antonio Rugarcía, titular de uno de los cuatro hoteles que subsisten en la villa y que disfrutan de «una temporada alta más amplia que en la costa», agradecen, por culpa del salmón que todavía ocupa la primavera además del verano a pesar de la escasez del año pasado, el más parco en capturas de la historia.

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Fluvial y montañosa

Peñamellera Baja necesita volverse sobre sí misma y plantea, según su alcalde, la constitución de «una especie de cooperativa» vinculada a productores y hosteleros para elaborar y vender sus propios productos: la carne de la Sierra del Cuera, «volver a producir maíz o alubias...». Con la pretensión de comercializar todos esos elementos y la artesanía local existe el proyecto de un «micropolígono» en la zona de El Mazo, a la salida de Panes hacia Unquera.

Para verle la cara buena al envejecimiento de la población no sobraría en Panes «un geriátrico», propone Isidro Caballero. «Sería bueno para todos y generaría puestos de trabajo». El Ayuntamiento asume el proyecto de «una pequeña residencia para las peñamelleras e incluso alguno de los municipios limítrofes de Cantabria».

San Juan de Ciliergo es una iglesia románica, de finales del siglo XIII, que se encuentra en ruinas desde que fue incendiada en 1936, durante la Guerra Civil. El Ayuntamiento tiene planes de rehabilitación y «un proyecto cultural bastante ambicioso», explica el Alcalde, en torno al templo, visible a la derecha de la carretera antes de abandonar Panes en dirección a Potes.

Si se hace «con poco impacto», un remonte desde el valle de Panes para admirar los Picos de Europa desde las alturas del pico El Paisano «podría ser un reclamo turístico de primer orden», apunta Isidro Caballero. «Panes tiene una configuración geográfica de la que ningún otro lugar puede presumir», defiende, «y hay pocos sitios que tengan un atractivo como éste».

La referencia al retraso en la conclusión de la Autovía del Cantábrico nunca falta en los concejos afectados del Oriente. Los vecinos de Panes urgen también la finalización del tramo Unquera-Llanes «para que podamos por fin ir a tomarnos un café a Llanes», bromea ya Alberto Alonso. La obra no ayuda a romper la tradicional vinculación de Panes con Cantabria. Desde la capital de Peñamellera Baja, cuenta Antonio Rugarcía, «estamos a tres cuartos de hora de Santander. Casi llegamos antes que a Llanes».