-Pasé de los 8 a los 17 años interna en el Colegio Santo Ángel de Oviedo, calle Santa Ana. Al llegar vi un patio inmenso y sentí desolación.

-¿Por qué iba interna?

-Mis padres se separaron en 1952. Mi hermano José María tenía 8 años; yo, 7, y Luisín, 6. Quedamos al cuidado de mi padre. En casa de mi madre eran 6 hermanas que habían quedado huérfanas de pequeñas y se encargaron de su educación albaceas testamentarios. Mi madre no tuvo una formación para llevar una casa. Mi padre trabajó en la mina y, mientras tanto, se formó para ser ATS y comadrón. Traía niños al mundo yendo a las casas, a caballo, por los pueblos. Cuando la separación, José María quedó con él, a mí me internó y a Luisín también, en Valladolid.

-¿Recuerda el día de la separación?

-Mi madre nos decía adiós desde la ventana de casa de una vecina. Íbamos a casa de mi abuela paterna, Gaudelia. Cuando estaba interna y salíamos de paseo por Oviedo buscaba a mi madre entre la gente.

-¿Volvió a verla?

-Pasó unos años en San Sebastián. Regresó a Oviedo a una casa en la calle del Rosal, con su prima Tina. Trabajaba en la residencia Santa Cruz, un internado de estudiantes. Yo estaba actuando en el teatro en el concurso «Rumbo a la gloria» y vino a avisarme Tina: «Tu madre quiere verte». Busqué el momento y nos vimos.

-¿Cómo fue?

-La vi preciosa. Nos dimos un abrazo maravilloso. Mi madre lloró mucho por nosotros, pero no quería que tuviéramos problemas con mi padre y prefería estar sola. Se refugió en el alcohol.

-¿Cómo fue su vida en el internado?

-En el dormitorio de las pequeñas había 40 camas para niñas de Asturias y de fuera.

-¿Se acostumbró a esa vida?

-Tachábamos los días que faltaban para las vacaciones. Me costó mucha pena. De pequeña era muy tímida; luego espabilé.

-¿Las trataban bien?

-Sí. Hice buenas amigas, cómo Ana María Bernardo y Rosita Rodríguez Blanco, a la que volví a encontrar en 1979, cuando participé en el festival de la OTI en Venezuela. Vino a verme al hotel y me prestó muchísimo. Tengo buenos recuerdos del colegio a partir de que me adapté, pero cuando iba a Moreda no quería volver. En Moreda iba a casa de mi abuela y a la familiar donde estaban mi padre y mis hermanos. Admiré a mi abuela, siempre cocinando en su casa llena de hijos y de nueras. Nunca se quejó del esfuerzo. Preparaba los bocadillos y la bota de vino a los hijos cuándo iban a la mina y los despedía con un abrazo? Pero no me sentí amada por ella: se portó de maravilla, pero prestaba más atención a otros.

-¿Cómo era la vida con su padre?

-Le resultó muy difícil hacerse cargo de los hijos. No sabía, se desesperaba? Lo hizo como pudo.

-¿Sintió su cariño?

-A pesar de todo, sí. Era mucho para un paisano. Lloraba? era joven, tenía ganas de vivir. Me apoyó mucho cuando salí del colegio y empecé a cantar.

-¿Cómo era con sus hermanos?

-Hicimos piña. Nos adoramos. Viven los dos. Mi padre se casó otra vez y tuvo dos hijos más, Quique y Fran, a los que quiero como hermanos y que son de la edad de mis hijos Juan Luis y Manuel.

-¿En el colegio le enseñaron a cantar?

-Me hicieron en seguida voz solista en el coro y aprendí las canciones de misa, pero no me enseñaron a cantar.

-¿Dónde oía las otras canciones?

-De vacaciones, en la radio de casa. Escuchaba tonadillas de Lola Flores, Carmen Sevilla y Concha Piquer. Me encantaba la copla y se me daba muy bien. Sabía que iba a dedicarme a cantar. Fe Requejo era profesora de canto y peluquera y vecina puerta con puerta de mi abuela en Moreda. Ella me preparó, me hizo partituras, entradas, modulación? Bueno, la modulación es natural. Agradezco mucho a Dios que me dio una voz maravillosa y una gran sensibilidad para interpretar canciones de un modo especial. Empecé a actuar por los pueblos, con el «Trío Primavera» y «Rosa Mari y sus Dos más Dos». Canté por todos los festivales de parroquias y cines.

-¿Qué repertorio tenía?

-«Moliendo café», «Pregúntale a las estrellas», «Martín tenía un violín» con Carlos Menéndez Jeannot. En 1964 me presenté a «Rumbo a la gloria», un concurso de «La voz del Principado» que dirigía José María Marcilla y presentaban Menchu Álvarez del Valle y Emilio Tamargo. Carlos Menéndez Jeannot ya estaba de técnico. Concursé en canción española y canción ligera y gané en las dos modalidades y al año siguiente, cuando el concurso se hizo sólo con los campeones de ediciones anteriores, también. Gané en Mieres el concurso artístico de Otoño que se hacía en el teatro Capitol.

-¿Se ganaba la vida cantando?

-Cantaba por toda Asturias el fin de semana. Nunca vi el dinero -eso lo llevaba mi padre-, pero íbamos en taxi, cenábamos, compraba ropa para actuar? Gané el festival de la canción de Eo, en Vegadeo, con «Nunca digas adiós», de Falo Moro, y entendí que ya tenía que ir a Madrid.

-A «Salto a la fama».

-Era la primera vez que iba a Madrid y coincidí en un estudio de Radio Nacional en Prado del Rey con Pili y Mili, a las que conocía de las películas. Nos hicimos fotos juntas y me hizo una ilusión increíble. Me presenté en canción española con «Mesonera de Aragón». Estaba segura de mi voz, pero me daba miedo cómo me movía.

-¿Cómo afrontaba concursar?

-Dejé de ser tímida al empezar a cantar, porque me reafirmaba. Cantar siempre me sacó de mi tristeza, fue mi tubo de escape emocional. Me daba miedo estar, por primera vez, en un plató de televisión y en Madrid, pero pensaba: «Qué bien, cuánto se va cumpliendo de lo que deseaba». Volví a Asturias con la idea de que tenía que quedarme en Madrid.

-¿Cómo lo logró?

-Conocíamos a una señora de Moreda que tenía el Bar Moreda en la calle Blasco de Garay. Quedé en su casa un tiempo, pagando la estancia. Visitaba las casas de discos e iba a cantar a la radio. En Radio Madrid, Gran Vía 32, había dos magacines que daban oportunidad a los cantantes noveles: «Las mañanas de Juan de Toro» y «Las tardes de José Luis Pecker».

-¿Cómo era el ambiente?

-A primera hora nos juntábamos todos los cantantes y un coordinador decidía «hoy cantáis tú y tú». Por la mañana o por la tarde. Yo cantaba todos los días, mañana y tarde, canción ligera y española. Sin cobrar: te daban una oportunidad y estabas agradecido. También iba a cantar y a ensayar con Augusto Algueró y a casa de don Antonio, el padre de Carmen Sevilla. Una mañana, llegó a la radio Antonio Machín y todos salieron a saludarlo. Tenía mucho éxito. Se dirigió a mí y me dijo: «Te escucho en cada programa, tienes un talento y una voz únicos y quisiera que formaras parte de mi compañía para la gira que vamos a hacer por España durante un año».

-¿Ahí aprendió el oficio?

-Mucho y gané seguridad. Machín era muy exigente -pasaba revista a la ropa y a los zapatos-, afectuoso, respetuoso, suficientemente cerca y suficientemente lejos. Su esposa, Angelita, era la dulzura. Pagaba 2.000 pesetas diarias, un dinero, pero teníamos que costearnos la pensión y los gastos. Fui primera figura: yo cantaba un par de canciones -una rumba que decía «No llames a la niña por la ventana»- luego salía su sobrino, Foncho, bolerista, luego el ballet, la orquesta y entraba él. Machín cantaba un rato y yo salía un poco más. Gané dinero para seguir en Madrid, en un piso, al que traje a mi hermano José María, que trabajaba de rampleru en el pozo San Antonio de Moreda. No quería estar sola y quería sacarlo de la mina.

-¿Cómo conoció el repertorio sudamericano con el que se hizo famosa?

-Ricardo Vázquez Prada, director del diario ovetense «Región», mandó una carta a Gelín Tuto -que llevaba La Mina, el restaurante del Centro Asturiano de Madrid- en la que le pedía que me ayudara en lo que pudiera. Gelín Tuto me presentó a Pedro Mario Herrero, escritor, periodista, guionista y director de cine, que me encantó, me pareció un sabio. Puse voz en alguna de sus películas y cortos sobre el mar. Me descubrió a Atahualpa Yupanqui. Me pasaba el día entero preparando sus canciones con la guitarra. Pedro Mario Herrero me orientó de otra manera.

-¿Había hecho contacto con alguna compañía discográfica?

-En un programa de Encarna Sánchez en Radio España, que me entrevistó, canté un tema de Atahualpa y me llamó Cholo Hurtado, de la RCA, para ofrecerme un contrato. Entonces empezaron a pensar que yo grabara las canciones de Yupanqui.

-Pasó usted a ser llamada Maya.

-Sí, y me enviaron al Festival de Benidorm, el más importante de España, con «La tarde», una canción de José Luis Navarro, de tipo castellano que trataba de un torero. Ganó Julio Iglesias con «La vida sigue igual». Le estoy viendo con su traje blanco, su pantalón de campana y nerviosito. En los ensayos, me di cuenta de que ganaría. Tenía la canción más bonita. Llevé el premio de la prensa y el de interpretación y quedé en segundo lugar.

-Grabó «Maya interpreta a Atahualpa Yupanqui» en 1969.

-Y le conocí. Un personaje especialísimo, reposado y auténtico, conocido en todo el mundo por minorías. Cuando se lanzó el disco vino de París. Me acuerdo de que estuvo también Luis Eduardo Aute. Después fue el «boom», con Horacio Guaraní y aquella época brillante del folclore sudamericano. Hice mucha televisión, di conciertos y gané dinero. Estaba soltera y sin novio. Fue cuando me operaron.

-¿De qué?

-De apendicitis. Tenía problemas y, para estar bien en verano, me operaron. Un error médico derivó en peritonitis y llegué a estar clínicamente muerta. Recibí varias transfusiones y en una contraje la hepatitis C. Todavía no se conocía. Daba en los indicadores hepatitis, pero no era ni A ni B. Pasé mes y medio más muerta que viva, 4 meses enferma y 5 sin actuar. Quedé muy debilitada pero tenía muchas ganas de vivir, soy muy retadora y las oportunidades esperaron. Entonces la enfermedad no dolía, sólo daba cansancio. Ahora ha derivado en cirrosis hepática. Como dice mi hijo Manuel, si llega el trasplante?

-¿Está en espera?

-No. Es muy difícil porque tengo los marcadores tumorales altos. Un gen de mi madre produce un exceso de hierro que se acumula en el hígado. Hice un tratamiento similar a la quimioterapia y mi organismo no pudo con él. De abril a julio pasado estuve muy enferma. En julio me hicieron el homenaje y ahora voy mejorando. Fui a Murcia al nacimiento de mi nieta. Mi hijo Manuel es profesor de guitarra flamenca.

-Volvamos a 1971.

-Al sanar, Manuel Martín Ferrand, que era una estrella de TVE, me esperaba para grabar una canción minera que me había escrito el periodista Mauro Muñiz y rodamos en Asturias, en un pozo cerrado. Mi hermano José María conoció una moza, regresó a Asturias y se casó. Me llevé a mi hermano Luis, que estaba en la mina, a Madrid. En 1972 se celebró el prefestival de Eurovisión en el pabellón de las Naciones de Barcelona y yo aspiraba a representar a España. Eran 20 canciones y cada una se probaba con voz masculina y con voz femenina. Jaime Morey y yo presentamos «De pronto, tú», de José Luis Pecker y Sánchez Sousa. Julio Iglesias y Rosie Armen, «Gwendolyne». De nuevo gané el premio de la prensa, quedé segunda? y volvió a ganar Julio Iglesias, que no paraba de decirme «¡Qué suerte me das, Maya!».