Mieres del Camino,

Aitana CASTAÑO

Servanda Tejón Suárez amaba tanto España que hasta la eligió para morir. Su fallecimiento, en 1984 después de una vida de lucha y carácter, no fue en el concejo de Aller, donde se crio. Ni siquiera fue en Asturias, a la que nunca olvidó. Servanda Tejón murió en un pueblecito de la Costa Brava donde iba de vacaciones con su hija Rachel desde que una trombosis, catorce años antes, le quitara la vitalidad. Durante toda su vida fue un ejemplo a seguir. Todos los que la conocieron en Bruselas, ciudad a la que emigró desde Felechosa en 1920, la admiraron alguna vez. También en Asturias se reconoció su labor. Los redactores de LA NUEVA ESPAÑA la distinguieron con uno de los premios «Asturiano del mes» de 1980. La única referencia que hay de su nombre en internet es, precisamente, un artículo en prensa, del 26 de diciembre de ese año, que habla del galardón.

El reconocimiento a Servanda no le vino solo. Tejón Suárez fue una de las primeras emigrantes asturianas en Bélgica y allí se convirtió en la madre coraje de muchos de los españoles que, con problemas políticos o económicos, llegaban al país. Su fonda, Casa Servanda, era el «consulado» extraoficial en suelo belga. Cientos de compatriotas recibieron su ayuda desde allí, entre ellos nombres conocidos como Indalecio Prieto y Belarmino Tomás.

Casada con Benjamín Rodríguez, un violinista -«tremendamente inteligente» y ciego por culpa de un accidente que tuvo en Francia-, Servanda tuvo cinco hijos (dos en el país galo y tres más en Bélgica). Rachel Rodríguez Tejón, una de ellas, recuerda desde la capital belga que «siempre se preocupó de lo que pasaba en España. Ya en la Revolución del 34 comenzó a ayudar a los primeros refugiados asturianos que llegaron aquí, pero también, a través de Cruz Roja Internacional, intentó ayudar a los que estaban en España». Rachel Rodríguez, que nació en Bélgica, habla español con la corrección del francófono. «Después llegó la guerra civil. Lo pasó fatal. Mucha más gente necesitó ayuda y ella, incluso, llegó a enviar camiones de comida y enseres que llevaba un camionero belga amigo de la familia», apunta la hija. Durante esa época también tuvo en acogida a dos menores españoles (una niña madrileña y un «chaval» asturiano). Pese a que Servanda no atendía a razones políticas cuando se trataba de ayudar, siempre defendió posturas socialistas.

Los sinsabores de la contienda española no fueron los únicos que vivirían los Rodríguez Tejón. La II Guerra Mundial y el avance del nazismo los cogió de lleno en Bélgica. Era peligroso que una mujer con su historial (a la que incluso le habían prohibido en una ocasión entrar en el Consulado de España) se quedara allí y la familia tuvo que marchar de nuevo. Llegaron, con la prole, hasta Bayona. Con la paz se produjo el retorno a Bruselas y la época del Casa Servanda (o Casa'l Ciegu). El café, que también era restaurante y pensión, se abrió en 1952. «Siempre estaba lleno de gente» y España era el asunto central de las tertulias. Conversaciones, lloros, cantos y hasta amores se fraguaron en Casa Servanda. La propia Rachel Rodríguez Tejón conoció a su marido, el lenense Salomón Gutiérrez, en la fonda de sus padres. Ambos, que tienen un hijo (José Gutiérrez), fueron los que en 1980 acudieron a recoger el premio entregado por LA NUEVA ESPAÑA. La memoria de Rachel va poco a poco desgranando recuerdos y continúa el recorrido vital de sus padres.

El marido de Servanda Tejón, Benjamín Rodríguez, tocaba el violín alguna vez en el bar. Él era el que acompañaba a la gente para ir a pedir refugio político. «Mi madre les decía a los que venían que mi padre los llevaría hasta el Consulado. Ellos lo miraban, lo veían ciego y se sorprendían. Pero él se movía perfectamente por Bruselas, era muy inteligente y un excelente jugador de dominó», asegura Rachel. Fueron muchos, cientos, los que acudieron hasta Casa Servanda a pedir ayuda durante el exilio. Dionisio Álvarez, presidente del Centro Asturiano de Bruselas, explica que «todos la querían mucho por aquí, era una excelente persona».

Algunas personas a las que Servanda ayudó se quedaron en Bélgica a vivir, otros marcharon para América o volvieron a España. Ella también regresó en alguna ocasión a su «querido país». «Lo quería tanto que al cruzar la frontera de vuelta lloraba, todos llorábamos», apunta, desde su casa en Bruselas, la hija. El edificio que acogió Casa Servanda fue demolido, pero la impronta de los Tejón continúa viva en la zona. Justo enfrente de donde se ubicaba el bar de la allerana está ahora La Brigittine, un café moderno regentado por una sobrina de Servanda. Un lugar al que, de vez en cuando, entra un español al que le cuentan la historia de la tía Servanda, nacida en Felechosa y ejemplo de solidaridad para todos los que la conocieron.