En vísperas de cumplir los cien años (había nacido en Antequera el 9 de octubre de 1909), fallece el poeta José Antonio Muñoz Rojas: uno de los grandes escritores españoles del siglo XX, tan poco conocido fuera de un ámbito literario muy reducido como excelente. Diversos factores contribuyeron a que su obra, en prosa y verso, no gozara de la atención de esta época. En el aspecto político, al que hoy se le concede tanta importancia, aunque él le concediera muy poca, era lo que se denomina un conservador, el eufemismo vergonzante para significar que era un señor de derechas, respetuoso de sus tradiciones y de su cultura. Y su obra, por así decirlo, no era de las que atraen a los públicos mayoritarios que leen lo que dicta la moda (o quién sabe quién lo dicta). Por el carácter riguroso, exigente y personalísimo de su prosa y verso, Muñoz Rojas no podía aspirar a un amplio número de lectores; pero por desgracia son muchos menos de los que podía esperarse los buenos lectores de poesía.

En la Guerra Civil de 1936, ese gran desastre de proporciones gigantescas que hoy se pretende resucitar con ánimo cainita, tomó el partido equivocado, el del bando ganador, y eso nunca se lo perdonaron los nuevos aliados de los vencidos, aunque fuera el único partido que él, decentemente, podía tomar. El 3 de julio de 1936, Muñoz rojas se encontraba en Londres. Había sido lector de español en la Universidad de Cambridge y traducido a John Donne, Richard Crashaw, William Wordworth, Gerald Manley Hopkins, Francis Thompson y T. S. Eliot. Precisamente, ese 3 de julio fue a visitar al gran poeta y crítico T. S. Eliot (quien, al ser preguntado en una encuesta sobre la Guerra Civil española a punto de estallar contestaría que algunas personas deberían mantenerse al margen de aquellos hechos), y durante la conversación de despedida (Muñoz Rojas regresaba a España), Eliot le preguntó cómo iban las cosas en su país. «No parece que vayan bien las cosas en mi país -contestó Muñoz Rojas-. Está despedazado». Fue de los que entendieron que había que impedir que se despedazara del todo. Pero esto es, sencillamente, una anécdota. Lo que importa es lo que escribió Muñoz Rojas, lo que vale es la dignidad de su vida. Fue poeta en tiempos de penuria, y ni siquiera siendo alto ejecutivo de un banco, dejó de ser poeta.

Al igual que T. S. Eliot fue poeta y crítico. Pocos de sus ensayos críticos, escritos en prosa clara, diamantina, están recogidos en libros; los más importantes son los «Ensayos anglo-andaluces» (que reúne trabajos sobre el poeta y antólogo Pedro Espinosa, el recopilador de «Flores de poetas ilustres de España», John Donne, Richard Crashaw, George Herbert y fray Luis de Granada, Gerald Manley Thompson, T. S. Eliot, Estébanez Calderón, don Juan Valera...) y «Amigos y maestros», que junta críticas, semblanzas y evocaciones (aunque otros artículos críticos han quedado fuera del abrigo de los volúmenes, como uno, espléndido, sobre «The Waste Land», de Eliot, publicado en «Escorial»). No se reduce a la crítica su prosa: «Las cosas del campo» y «Las musarañas» son libros modélicos y antológicos, de la primera a la última página; al primero lo calificó Dámaso Alonso como el libro en prosa más bello y emocionado de su experiencia de lector maduro.

Como poeta en verso publicó «Versos de retorno» (1929), «Sonetos de amor por un autor indiferente» (1942), «Abril del alma» (1943), «Cantos a Rosa» (1955), «Lugares del corazón en nueve sonetos que lo celebran» (1962), «Antequera, norte de mi pluma» y «Salmo» (1970), y, finalmente, «Objetos perdidos» en 1997, poesía reducida a su expresión más escueta, a medio camino entre la plegaria y el reconocimiento irónico de que «la vejez no tiene ningún futuro, solo cabe aceptarla». La vejez es ir perdiendo cosas: se pierden los familiares, los amigos, la época en la que uno vivió, y se termina perdiendo el audífono. Y sumido en un mar de pérdidas, el poeta implora:

No dejes que me pierda, Señor, que soy / este que todo lo va perdiendo...

Es, sin duda, «Objetos perdidos» el gran poema sobre la vejez de la poesía española moderna. Y a pesar de que el poeta confiesa que «ahora que ando tras tantas cosas que no encuentro», no pierde el buen humor y me confiesa en una carta agradeciendo una reseña laudatoria que había publicado yo en LA NUEVA ESPAÑA: «No sé si el librillo o divertimento merece los elogios que le dedica, pero sí el divertimento que me ha supuesto». Era hombre modesto y sencillo José Antonio Muñoz Rojas, heredero de los grandes poetas andaluces, de Espinosa a Góngora (más el de las letrillas que el de «Polifemo»). Por once días no ha podido cumplir los cien años. Tampoco se trataba, claro, es, de conseguir una marca. Después de la muerte reciente de Victoriano Crémer, muere el otro poeta centenario que no llegó a centenario pero cuya obra no envejece. Supo que somos una mezcla de realidad o realidad y escribió para aclararse. Eso perdura.