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El legendario lema olímpico «Citius, Altius, Fortius», «Más rápido, más alto, más fuerte», tiene un modelo y un ejemplo en la atleta rusa Yelena Isinbayeva, especialista en salto con pértiga. Una especialidad que ha sufrido una progresiva y extraordinaria evolución y en cuyo ascenso, en esa continua superación de marcas, ha tenido ella mucho que ver. Supone, por lo tanto, un orgullo para todos nosotros la concesión del premio de los Deportes de este año a esta deportista excepcional. A sus 27 años no sólo ha destacado de manera extraordinaria por sus valores humanos y deportivos, sino que ya muy tempranamente ha sido reconocida como «la mejor atleta del mundo».

Entre sus triunfos deportivos, además de ser la única atleta que en la historia de esta especialidad ha superado los 5 metros de altura, están 27 récords mundiales y 11 primeros puestos en competiciones olímpicas, mundiales y europeas. Pero sabemos que aún tiene por delante un camino abierto para seguir dando lo mejor de su esfuerzo, batiendo marcas y logrando victorias.

Todos esos éxitos de Isinbayeva son el resultado de una voluntad férrea, de una poderosa fortaleza de ánimo, de un valeroso espíritu de superación y de una gran sensibilidad sin la cual nada sería el espíritu deportivo.

Por todo ello, Yelena Isinbayeva merece la admiración y el respeto que todos le tributamos. Nos gustaría que su ejemplo extraordinario se inculcara en la juventud, en todas aquellas personas que desean ser mejores, que aspiran a una vida más saludable. Conseguiremos así que el deporte siga acrecentando su presencia en nuestro tiempo y continúe creando ámbitos de convivencia y fraternidad entre los pueblos.

Pocas capitales hay en el mundo con mayor contenido simbólico que Berlín. Jean Paul Richter dijo de ella que «es más un trozo del mundo que una ciudad». Pues queremos proclamar con todo respeto, humildad y orgullo que Berlín está hoy en Oviedo. Y aquí queremos festejar con alegría el XX Aniversario de la caída del Muro con la concesión de nuestro premio de la Concordia.

Ciudad desde siempre cercana al arte y a la inteligencia, padeció de manera terrible los totalitarismos que azotaron al pasado siglo y fue protagonista de algunos de los acontecimientos más importantes de la historia europea. Devastada por la guerra se convirtió en una ciudad fragmentada, dividida, repartida entre los vencedores, seccionada en dos partes por un muro atroz que no sólo dividió a Berlín y a los berlineses, sino también a todos los alemanes, a los europeos y al mundo.

La caída de aquel muro, después de tantos años oscuros, de sacrificios y de dolor, fue uno de los momentos más emocionantes de los que hemos sido testigos con el que se abría la puerta a la reunificación alemana, algo que vivimos con especial júbilo. Mientras los ciudadanos de Berlín, conmovidos, se abrazaban al cruzar aquella frontera que había sido construida para ser insalvable, las dos mitades de Europa veían también empezar a derrumbarse los muros ideológicos que impedían mirar hacia un futuro de cooperación e integración en paz.

Hoy Berlín celebra aquella fuerza imparable, hecha de esperanza y de valor, de perdón y de concordia, que consiguió abatir el Muro, y ha recobrado vertiginosamente su antiguo esplendor y el brillo -realmente nunca del todo perdido- de su cultura y de su creatividad. Ha renacido en una ciudad otra vez llena de vida, amante del progreso y de la paz.

El año en que se derrumbó el Muro se inauguró una nueva época, tal vez más incierta e imprevisible, pero más humana y más libre. Hoy Berlín es una gran capital europea, símbolo sobre todo de esperanza: es amada por los jóvenes, es una referencia mundial para quienes apuestan por todo cuanto suponga cultura, creatividad y convivencia.

Nuestra admiración y nuestro afecto sinceros se los dedicamos a los berlineses a través de sus alcaldes, Klaus Wowereit, Walter Monper y Eberhard Diepgen, pero también a todos los alemanes porque además celebran el LX Aniversario de la creación de la República Federal de Alemania.

Señoras y señores, evoquemos ahora, en este momento de cambios tan vertiginosos y profundos que vive la Humanidad y en esta tarde iluminada en el teatro Campoamor por la luz de la libertad y de la cultura, la esperanza con la que nos abrimos a un mundo nuevo.

Un mundo en constante transformación, en el que la sociedad industrial que hemos conocido va dando paso a la sociedad de la comunicación y el conocimiento; en el que los avances científicos y tecnológicos se suceden continuamente, situándonos en una nueva era; un mundo en el que la educación ya no es sólo un derecho fundamental de la persona sino también una exigencia imprescindible para acceder al mercado de trabajo y fundamento del éxito colectivo de las naciones.

Seguimos asistiendo a un desarrollo imparable de la globalización, que afecta y condiciona aspectos sustanciales de nuestra vida, como nuestra salud, nuestra seguridad, nuestro entorno natural y nuestra convivencia en la diversidad de lenguas, culturas y religiones. Un mundo en transformación, en fin, en el que ya no es posible un orden económico internacional estable y próspero sin valores que lo inspiren y en los que se fundamente y sin una decidida cooperación entre los estados.

El paro, que es la consecuencia más dolorosa de la crisis económica que vivimos, hiere nuestra dignidad como seres humanos y constituye nuestra principal preocupación. Exige que los estados faciliten a quienes se encuentran en esa situación la necesaria protección social, al tiempo que poner en marcha todos los medios precisos para que los jóvenes puedan encontrar trabajo y los desempleados puedan reincorporarse cuanto antes a la vida laboral. En España, además, la crisis nos muestra que necesitamos nuevas bases para crecer y generar empleo, que hagan posible que los ciudadanos puedan desarrollar sus vidas y las de sus familias con dignidad, seguridad y confianza en el futuro.

Este nuevo escenario ante el que nos encontramos sitúa a España y a las demás naciones con las que compartimos creencias y valores ante una encrucijada. Sabemos, y así lo hemos aprendido de las inagotables lecciones de nuestra historia, que las mayores esperanzas y también los mayores logros nacen de las más grandes dificultades. España ha demostrado con creces en las últimas décadas cómo superar de forma ejemplar múltiples retos y tengo plena confianza en la capacidad que tenemos los españoles para construir un futuro más sólido y equitativo, de prosperidad y bienestar, que todos anhelamos.

Para ello, debemos aplicar a esa tarea lo mejor de nosotros mismos. Llevemos a cabo una reflexión colectiva, sincera y profunda sobre nuestros desafíos y prioridades, nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Hagamos ese camino sin esperar que sean otros los que resuelvan lo que a nosotros nos corresponde afrontar y volquemos, en ese gran esfuerzo individual y colectivo, toda nuestra capacidad de emprender, de imaginar y de innovar.

Sin miedo y con la mirada puesta en el futuro, conscientes, como se ha dicho, de que «el presente es sólo un instante del pasado»; apoyémonos en los valores imperecederos que aquí tantas veces hemos proclamado: el esfuerzo y el sacrificio, la tolerancia y el respeto mutuo; el saber y la cultura; el compromiso solidario.

Trabajemos, en fin, cohesionados, codo con codo y hombro con hombro, con espíritu constructivo, con confianza e ilusión. Y forjaremos así una esperanzadora voluntad compartida en la que, salvando las legítimas diferencias, prevalezca la generosidad, el sentido de la responsabilidad y, por encima de todo, el interés general.

Inspirémonos en estos principios y situemos a España en el lugar que le corresponde en ese nuevo mundo que se está configurando en los albores del siglo XXI. Es nuestra responsabilidad. Es la responsabilidad de todos. Es lo que los españoles demandan y lo que juntos, sin duda, conseguiremos.