El cerebro del llamado robo del siglo en Francia se ha reblandecido hasta tal punto que es perfectamente comestible acompañando un Cornas, que diría Hannibal Lecter. Vivíamos en la épica de Albert Spaggiari, una especie de audaz Robin Hood moderno, hasta que Jacques Cassandri, El Rapado, un hampón marsellés ya jubilado de 74 años, se empeñó en proclamar a los cuatro vientos que en el robo de la sucursal en Niza del banco Société Générale, de 1976, el gran inspirador había sido él. Únicamente él. Cassandri, un bocazas, se jactó repetidas veces de un delito que nadie le había atribuido hasta ahora, con funestas consecuencias para sus intereses. Se arriesga a una pena de 10 años de cárcel.

En julio de 1976, unos ladrones se apropiaron de 46 millones de francos, aproximadamente 30 millones de euros actuales, tras excavar un túnel desde la red de alcantarillas a la sucursal bancaria. Dejaron un mensaje presumiendo de la limpieza con que el robo se cometió: "Sin armas, sin odio, sin violencia", encima de una pata de paloma rodeada de un círculo, un símbolo de la paz. El escenario que encuentra la Policía, las dos estancias de seguridad asaltadas por la banda, muestra un curioso aspecto: bonos del tesoro pisoteados, contratos de matrimonio y testamentos, que los ladrones utilizaron para limpiarse el culo, manchados de excrementos; fotografías pornográficas en las paredes, joyas sin valor, restos de comida, jarrones de plata rebosantes de orina, botellas de vino vacías, colillas de cigarrillos, buriles, tenazas y guantes abandonados. En tres noches, los ladrones habían forzado 317 cajas fuertes.

El dinero jamás se recobró y el único miembro juzgado de la banda de las alcantarillas, Spaggiari, logró escapar un año después al saltar a la calle desde la ventana de la oficina del juez de instrucción poco después de haber sido detenido. Se le juzgó en ausencia y fue condenado a cadena perpetua, moriría una década más tarde. En 1989, a los 56 años, víctima de un cáncer de pulmón y tras una larga huida sin retorno por países de Europa y América, las últimas palabras que pronunció fueron: "Muero libre".

Spaggiari siempre pasó por ser el cerebro de aquella operación. La verdad es que le importaba bien poco que fuera así, lo importante era el botín. Tras su arresto, fue encarcelado en la prisión de Niza. Cada jueves era sacado de su celda para encontrarse con el juez. Contaba hasta el último detalles de la operación, pero sin delatar a sus cómplices. Su sueño de gloria, desde los tiempos en que era paracaidista en Indochina, descartaba convertirse en chivato. Le gustaba mantener la cabeza bien alta como sus héroes de aventuras, el arquero de los bosques de Sherwood y Gilles de Rais. Su obsesión es fugarse. Unos antiguos compañeros de la Santé le ayudan, alquilan una moto y aguardan bajo las oficinas del juez a que abra la ventana, se deslice por el canalón y salte sobre el techo de un automóvil aparcado. Sube a la moto y huye.

Ahora, Cassandri se ofrece a pagar por el "robo del siglo" sin haber formado parte de la leyenda que moldeó Spaggiari. La historia está llena de actores secundarios que aspiran a principales.