Cada uno de los ochenta y seis homenajeados ayer, tiene una gran historia que contar. Tantas y tan buenas que no caben en el periódico del día. Sí entran algunas pincelada cogidas a vuela pluma. Como la historia de Pilar Álvarez-Hevia Roces y sus múltiples matices. Al principio, está su padre, "que me hizo socia con quince años, cuando éramos muy pocas mujeres en el fútbol". Pilar no estaba sola. Además del Padre iba al campo "con una tía ya mayor, que fue al fútbol hasta los noventa años". Ahora es su sobrino, quien la acompaña a El Molinón cada día de partido y quien, en un mañana todavía lejano, contará que él empezó a ir al campo de la mano de su tía. María Pilar marchó a estudiar enfermería a Madrid, pero no se borró del Sporting, club del que posteriormente se haría accionista.

Esta aficionada no duda cuando se le pregunta por su mejor recuerdo sportinguista: "Los mejores recuerdos son los ascensos y aquel viaje a Holanda (Eindhoven) para ver una eliminatoria de la Uefa. Llegamos a Gijón a las siete de mañana. Me duché y me fui a trabajar porque a las ocho entraba en Cabueñes, donde soy enfermera".

A Cándido Rendueles le gustan más los tiempos modernos. "Tengo muchos recuerdos buenos. Pero el mejor es el del último ascenso, porque nadie lo esperaba", confiesa antes de añadir que "hacer más de lo que está haciendo Abelardo, es imposible". Este veterano aficionado se pregunta "¿qué más vamos a pedir, con cuatro neños que tenemos aquí dándolo todo y que son de casa?".

Al juntarse en una las celebraciones de dos años, se produce que algunos de los homenajeados han fallecido y son sus herederos quien acuden a recoger la insignia de oro que nunca lució en la solapa de quién la merecía llevar.

También hay casos como el de Mari Luz Miravalles, quien se muestra emocionada a sus 83 años y prefiere dejar que sea su hermano Manuel el que atienda a los medios, porque son ya demasiadas emociones juntas.

Entre los distinguidos ayer destaca el padre de Eloy Olaya, quien recogió la insignia de oro y asistió al acto en compañía de su hermano. La suya es una cara conocida en medio de tanta emoción anónima.