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Los últimos druidas

De ferias y mercados

Desde hace muchos años fue siempre el caballo de batalla. Ni legislaciones, ni normativas, ni políticos locales y regionales fueron capaces de evitar que los tratantes de ganado hicieran sus transacciones de compra-venta en los feriales. Llegaban y llegan dos o tres días antes de las grandes ferias -en total seis de renombre y las restantes del calendario, de poca monta- y arrasaban por los pueblos comprando en los establos aquellos animales que más les apetecían. Las ferias se acaban porque nadie quiere ponerle el cascabel al gato. Es decir, toda interdicción de vender animales que no sea en las fechas previstas en el calendario anual. Claro que para ello, las instituciones deberían facilitar el acceso de los animales a los recintos: "Guías" de movimiento, certificados de sanidad, desplazamiento y transporte y otros papeleos que agobian al ganadero. En la gran feria tevergana del Rosario, una docena mal contada de caballos, cuando hace treinta años se iban verdaderas manadas de potros para Valencia. Años de vacas flacas. ¡Haití, mon amour!

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