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El primer ladrillo de Jorge Franco

Burgui, un jugador denostado por la grada, le da al Sporting la primera botella de oxígeno para la salvación

El de ayer en Butarque no fue un partido de fútbol sino una reunión nerviosa de tratamiento anónimo contra el estrés de veintidós personajes sometidos a un trastorno depresivo. Ni un jugada hilada durante muchos minutos, en una guerra de miedos y trincheras; ni un avance en la idea de creación, ni un atisbo de calidad. De nuevo patadón y tente tieso, sobre todo durante los primeros cuarenta y cinco minutos, nefastos, deprimentes.

Después de haber visto el sábado noche a Osasuna frente al líder, no cabe duda de que el Sporting tiene la peor plantilla de la categoría. Es una evidencia incontestable, con el añadido de que los jugadores, presos de una dinámica derrotista, llevan plomo en las botas y hormigón en los pantalones. Y no les llega la camisola al cuello, de manera que hace falta esmerarse en la terapia de grupo. Lo malo es que esta impresión es una realidad insalvable; lo bueno, que el Leganés no es mucho mejor, y es el equipo que marca la línea roja hacia la salvación.

Me van a llamar oportunista, pero le tengo -le tenía desde el principio- fe a Burgui. Hace años que le sigo, desde sus tiempos en el Castilla y siempre se mostró como un jugador talentoso, desequilibrante, incluso con gol, aunque más asistente que definidor. Le pesa a Burgui en Gijón, una ciudad antimadridista desde tiempo immemoriales, el carné de identidad de sus orígenes. Aquí le exigen más a los que vienen del Madrid que a los que llegan del Barça. ¿O acaso ha aportado más en lo que llevamos de temporada Douglas que el extremo merengue? Tal vez hay que empezar a llamarlo por su nombre, Jorge Franco, y enterrar la imagen del jugador aminorado en el que no se confía.

Del delantero cedido por el Real Madrid se filtró desde el club a principio de temporada que era un futbolista cortito de entendederas, como si el resto de la plantilla atesorara un montón de másteres, pero en varios partidos saliendo desde el banquillo sus botas han destilado las escasas gotas de calidad que paladeó la grada. De presencia indolente, tiene ese punto de insolencia que exaspera a los entrenadores pizarreros. Pero también ese toque de frivolidad guerrillera que ayuda a desatascar partidos indecisos y trabados, como el de ayer. Si el Sporting logra la salvación, aún muy lejana, el primer ladrillo lo habrá puesto Burgui, que tuvo participación directa en los dos goles de la victoria más importante y necesaria.

Acertó esta vez Rubi con los cambios en una segunda mitad en la que parecía que el Leganés iba a firmar el acta de defunción del futuro rojiblanco con sentencia de muerte. Pero la salida del denostado animó al moribundo. Su entrada en el campo supuso una cucharada de vitaminas para un once errático y escaso de biorritmos que para conseguirlo, tiene que pelear más y creérselo. Y que siga el sufrimiento.

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