Del partido contra el Rayo se pueden sacar muchas conclusiones y todas buenas. La mejor es que El Molinón habría despedido a los jugadores puesto en pie y con una ovación incluso en caso de derrota. El despliegue físico, el compromiso y la concentración de todo el equipo, sin excepción, provocaron una conexión con la grada que no se veía, al menos, desde la permanencia en Primera con Abelardo. El sportinguismo está ilusionado. Y eso era una quimera hasta hace nada.

A Mariño hay que atribuirle buena parte de la milagrosa reanimación. La seguridad que transmite el gallego a sus compañeros es impagable. Evita goles a pares sin despeinarse y ejerce autoridad sobre la defensa sin estridencias. No sólo está en un buen momento, simplemente es un gran portero.

Otro de los que impone su ley sin piedad es Bergantiños. Desde sus tropiezos en el derbi ha logrado encadenar unas cuantas actuaciones colosales que le sitúan como figura clave de la racha actual (a pesar de que se perdió un partido por sanción). Recupera balones como el que recoge flores y es el compañero ideal de Sergio a la hora de darle sentido al colectivo. Cumple su misión: contiene y propone.

Pero, más allá de nombres, el sensacional momento radica en la mentalidad ganadora que se ha instalado en todas las líneas. Y no es secundario el peso que han asumido los de casa, los que saben de qué va esto desde antes de gatear. Que el equipo acabara el partido del sábado con cinco asturianos es un bonito homenaje a Mareo por su 40.º aniversario. Y la evidencia, una vez más, de que la piedra angular debe salir de la cantera. Almería se presenta como un partido trampa. Pero a este Sporting ya nada le da miedo.