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Alejandro Ortea

Festejos decadentes

Se nota la crisis hasta en determinados eventos pretendidamente festivos que se organizan

Fiestas de Cimadevilla y, junto al natural jolgorio, las habituales exhibiciones de mal gusto: esas orquestinas en la Atalaya excesivamente amplificadas y con berridos que suenan a rayos, probablemente porque el presupuesto no da para más; también tenemos a los típicos grupos de adultos con sus tambores atorrantes que dan la sensación de haber quedado a medias en su proceso de maduración personal. Da pena constatar el mal estado general de conciudadanos que hallan placer en meter esos horribles sonidos y provocar severas molestas al resto del personal. Y, como para más inri, lo hacen tan mal los condenados, ahí los tenemos orgullosos de su molesta mediocridad desfilando y exponiéndose a la pública vergüenza ajena. A cambio, y afortunadamente, a los cacharritos de los Jardines de la Reina les han suprimido la música y -¡oh, sorpresa!- siguen acudiendo los clientes con sus infantes para dar unas vueltas en el tiovivo o disfrutar de los pequeños coches de choque.

El concejal lumbreras, Martínez Salvador, está empeñado en estropear un poco más el parque de Isabel la Católica y se le ha puesto en las narices colocar allí un festival privado al que, pomposamente, llaman "Gijón Central Park", como si nuestra populosa, pero manejable, villa marinera fuera Manhattan. La falta de respeto por todo de este ocurrente edil es ya proverbial. Y causa más extrañeza todavía que ni la alcaldesa ni nadie entre el resto de sus colegas en el equipo de gobierno le hagan entrar en razón y permitan estos desmanes. Una cosa es ser rompedor en el sentido de poner en práctica iniciativas positivas en materia de regocijos populares y otra es serlo en el sentido del destrozo de lo que haga falta porque puede hacer gracia. No vale todo ni cualquier espacio público debe ser susceptible de ser ocupado según para qué tipo de actividad. Cierto que todo el mundo tiene derecho a buscarse la vida, pero deben establecerse ciertos límites, tanto en lo que afecta a la competencia con establecimientos que funcionan todo el año como con el respeto que se debe tener a nuestros parques, paseos, calles y plazas, porque no tiene sentido, por ejemplo, regular las terrazas hosteleras y someterlas a severas acotaciones y, luego, organizar tinglados efímeros en espacios públicos de manera impropia.

Y, mientras nos preocupamos de organizar festejos varios, conocemos que este curso comienza en Gijón con la mayor caída de matrícula de Infantil de la región, o sea, que hay menos niños, que se acabó el "baby boom" de los años de abundancia y que las parejas se tientan antes de traer una criatura al mundo, con lo que ello cuesta. Quizás por ello, los regocijos que se ponen en marcha parecen pensados para gente mayor, como, sin ir más lejos, la relación de actuantes en la pasada semana grande, propia de prejubilados, cuando menos. O la reciente del ya veterano Bertín Osborne del otro día en Poniente. Aquí consumen, y con mucha moderación, los que disfrutan de una pensión; el resto no anda para demasiadas expansiones.

Asturias pierde habitantes, los padrones se muestran cada vez más exiguos y, lo peor, es que no sabemos a ciencia cierta hasta cuándo durará la caída y cuántos nos quedaremos o se quedarán en el paraíso natural, porque el fenómeno no es sólo de esta populosa villa marinera. Primero se vaciaron las cuencas mineras y crecieron, sobre todo Gijón, las villas costeras. Ahora son éstas las que también se vacían. Es la tendencia y parece que no hay quien la pare. Mientras tanto, vivimos en una especie de ilusión, como si nada pasara y cantamos con entusiasmo los éxitos del equipo de fútbol local, como si ello lo arreglara todo. Es lo que nos queda para alegrarnos un poco la vida. Cuando los clubes de fútbol se convirtieron en sociedades anónimas, quienes más acciones compraban se dedicaban a otros negocios y el fútbol significaba un complemento. Hoy en día, los propietarios de la mayor parte del accionariado del Sporting tienen que dedicarse directamente "full time" a su administración, sin intermediarios ni empleados de por medio. Así han cambiado los tiempos, pero no tanto como para que un concejal resalao estropee el parque más emblemático de la ciudad permitiendo su ocupación para diversiones y eventos privados.

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