La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ocle

Memoria de uno de los olores más distintivos de la playa de San Lorenzo

A lo largo de mi ya dilatada existencia reconozco, quizás sin haber reparado demasiado en ello, que los olores forman parte de los placeres que la vida te regala. Recuerdo jugando en la plaza del Parchís el delicioso aroma, si el viento era propicio, del obrador de la confitería Alonso; no me olvido del anisado aroma de La Caperucita y, menos aun, del café recién molido del despacho de Julián y Olvido y luego de Pedro en los aledaños de la vívida plaza del pescao. Cafés Caso y chocolates La Herminia (allá por dónde los Alsas), perfumaban aquel Gijón en sepia en el que ¡ay! era pequeñu. Al día de hoy me encanta encontrar en la playa esos "paxiaos" de ocle que huelen a vida natural en vena y que mi abuelo me explicaba sus ya entonces múltiples propiedades.

Paseando por la orilla estos días de veranín que apenas tuvimos (en la grata compañía de los bípedos del pueblu sin las hordas mascotiles que, ay, me privarán hasta el lejano mes de mayo de 2018), cogía un puñau de mi ocle amigo y esnifaba su embriagante fragancia cuan la droga más pura que mercara "la madre" en la sublime canción de Víctor Manuel.

Qué pena la "natona" (nada que ver con el "chantillí" de La Playa o la nata montada de Islandia) y el fétido olor del agua de la bahía. Para cuando nos manifestaremos en aras de exigir de una vez por todas el saneamiento integral de las aguas de San Lorenzo y ¿por qué no? fijarnos la meta de volver a tener la bandera azul.

Ecologistas, cicloturistas, bablistas, animalistas, hosteleros y demás colectivos que manejáis la city ¡ahí os quiero ver! y allí estaré.

Compartir el artículo

stats