Fue por el día de Santiago cuando el patrón, a lomos de su blanco caballo, galopaba por las tierras de su España celebrando su onomástica. La mañana se cubría con un velo gris que desde los lagos de Covadonga, allí donde el pastor le ofrecía su festejo, se deslizaba por los cauces del Sella hasta las aguas del Cantábrico.

El tardío sol de este mes de julio luchaba con la niebla para dejar a la tarde de un color azul intenso que, desde las alturas de Moru, cercanas al cielo, nos proporcionaba la felicidad de una muy hermosa panorámica de Ribadesella, bajo la caricia de sus montes, mar y verdes múltiples.

Cuando el reloj marcaba las ocho, como si el sonido de la música permaneciera en la memoria del tiempo, apareció sobre el escenario de la románica iglesia de Moru el tenor Joaquín Pixán, acompañado al piano por Patxi Aizpiri.

Palabra y música se hicieron sentimiento cuando voz y teclas se pusieron en movimiento, y es que cuando se sabe comunicar, como lo hace Pixán, la canción se convierte en un poema de rima penetrante, para vestir al ritmo que su voz impone con la mayor elegancia.

A petición y complaciendo a un amigo que se tituló "cristiano", todas las regiones de España acompañaron al maestro Paolo Tosti y a Rosalía de Castro para reflejar su personal estilo y su voz maravillosa, que pasa por un gran momento y que, abriendo al abanico de su amplio repertorio, fue sin duda la delicia del selecto auditorio.

Y es que el famoso tenor tiene profesionalidad y solvencia como cimientos firmes de todos sus proyectos, para ser un gran personaje poético que mueve sus melodías, canta y recita con la exquisita y particular voz de su lenguaje y hace vibrar el alma de quien lo escucha.

La emoción y el respeto se sentían en las personas que con lleno total le acompañaban en el románico templo, y seguro estoy que del panel que alberga las viejas pinturas sus figuras, ocultas desde siglos, despertaron de sus largos sueños para unirse a los aplausos de un público entregado a los maestros Pixán y Aizpiri.

Después de tantos años, sus abandonadas ruinas, hoy remozadas, el grato recuerdo de este día quedará por los alturas de estas tierras riosellanas para que los ecos de melodías y voces sigan revoloteando en el tiempo bajo la bondad de un románico arte que ha vuelto a la vida.

A la salida, cuando el jinete, de nombre Santiago, se despedía ocultándose en las sombras de la noche, nosotros, guiados por las tempranas estrellas, aún de débil brillo pero que ya empezaban a reflejarse en la amplia bahía de la villa, emprendimos el regreso.

Al final del camino nos esperaba, en su acogedora posada, esa bella dama que es desde mi niñez el amor de mi vida: mi querida Ribadesella.

Desde estas líneas felicito al ayuntamiento con el deseo de que haga repetir, para deleite de todos, estos magníficos conciertos.

Más tarde, cuando la luna ya se hacía presente, cené con mis amigos Losa y Ángel en el silencio de la aldea, perseguidos por las melodías escuchadas en un día a recordar.