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Sobre el origen de Oviedo

Puntualizaciones a propósito de un artículo que refuta la historiografía oficial sobre la fundación de la capital asturiana

Desde que el domingo día 29 de enero LNE publicó un amplio artículo-entrevista comentando la salida digital de nuestro estudio "El origen de Oviedo", en el Anejo nº 3 de la revista "Nailos. Estudios interdisciplinares de arqueología, de la Asociación de Profesionales Independientes de la Arqueología de Asturias (APIAA)", en este mismo periódico han venido publicándose diversas reacciones a su contenido. Habiendo transcurrido ya un tiempo prudencial, consideramos oportuno exponer a la opinión pública la impresión que extraemos de todo el proceso.

En primer lugar y ante todo, agradecemos a LA NUEVA ESPAÑA y sus lectores el interés mostrado, completamente inesperado, dada la índole académica del trabajo, su longitud y su carga documental.

Desde hace unos 25 años nos venimos ocupando profesionalmente de actividades arqueológicas e historiográficas relacionadas con el origen de Oviedo, su historia y su registro material. Paralelamente, hemos asistido con mucho interés a las excavaciones dirigidas por colegas en el mismo ámbito urbano, lo que nos ha permitido, gracias a su generosidad y a las publicaciones derivadas, estar al tanto de sus hallazgos e interpretaciones. Desde 1995 venimos publicando juntos o separados artículos y capítulos de libros relacionados con estas materias. En el marco de las Jornadas de Arqueología Medieval que organiza APIAA desde el año 2013, hemos participado en las del año fundacional y en el siguiente, exponiendo las líneas maestras de nuestra tesis. El resultado de ambas conferencias, convenientemente argumentado y desarrollado, es el contenido de este artículo, que fue entregado para su publicación en 2015. Con ello ponemos de manifiesto que son nuestras circunstancias personales y nuestras inquietudes las que dictan nuestro calendario de publicaciones y no cualesquiera otros accidentes biográficos ajenos.

Por concretar aquellos aspectos que han suscitado mayor interés y debate, pasamos a explicar el fundamento conceptual de nuestros puntos de vista.

El territorio de Oviedo en época romana. Por Oviedo entendemos estrictamente el espacio delimitado por la cerca medieval. Es a este recinto al que nos referimos cuando negamos la existencia de un asentamiento romano estable en él. Ello no significa negar la frecuentación del futuro solar de Oviedo en este período, lo que damos por seguro, sino que la debilidad e incoherencia de los restos de cronología romana no permite calificarlos como propios de un asentamiento continuado en el tiempo, y germen del sucesor. Somos plenamente conocedores, y así se recoge en el trabajo, que el entorno inmediato de la actual ciudad -digamos en un radio de 4-5 km. a partir grosso modo del emplazamiento de la catedral- está profundamente impregnado de restos romanos. Lo que nos mueve a sostener nuestra tesis es la desconexión espacial y temporal entre este poblamiento romano (desarrollado fundamentalmente entre fines del siglo I y los inicios del V) y el acto fundacional de la ciudad, en el último tercio del VIII. Máxime cuando la arqueología de toda la Península Ibérica ha certificado, también en Asturias, el colapso definitivo del hábitat rural romano a finales del siglo V.

La fundación medieval. Oviedo nace como fruto de la decisión de Fruela I (757-768) de establecer un complejo religioso dedicado al Salvador, dotado de la congregación clerical adecuada y de las bases materiales para su subsistencia, es decir, un dominio territorial señorial, del que derivan las rentas que la sustentan. La posición topográfica de este asentamiento responde a la gestión de este dominio, que abarca grosso modo las comarcas de la Asturias central. Aquí reside su valor estratégico y no en consideraciones geopolíticas, supuestamente atribuibles a la gestión del Reino de Asturias.

El contexto coetáneo. Para nuestra sorpresa, algunos de los comentarios han insistido en los paralelos de Oviedo con Aquisgrán, aun con todas las cautelas. Sin entrar a resumir la realidad histórica de Aquisgrán a partir de su historiografía fundamental (Felix Kreusch, Leo Hugot, Ludwig Falkenstein, Ernst Günther Grimme, Harald Müller, Ulrike Heckner?), tenemos que apuntar que Aquisgrán tampoco fue una ciudad en el sentido predicado por los comentaristas. Su naturaleza se condensa en una residencia imperial, de utilización breve, apenas 15 años -los últimos de Carlomagno y los iniciales de su sucesor Ludovico Pío-, y una colegiata -sólo bajo el dominio de Napoleón, a inicios del XIX, elevada a catedral de Santa María-, al servicio de los sufragios funerarios de la estirpe. La arqueología aquisgranesa es rotunda al respecto: no se ha identificado ni siquiera el vicus (núcleo de los habitantes estables o transeúntes al servicio de las necesidades materiales de la corte en los períodos de estancia en el lugar). No puede ser de otra manera, pues a esta realidad responden todas las cortes europeas del momento, salvo la papal y la imperial bizantina. Paradójicamente, ninguno de los comentaristas ha citado las dos más importantes aglomeraciones urbanas del siglo IX en Europa occidental, Haithabu/Hedeby y Duurstede/Dorestad, cuyo ingente y espectacular registro arqueológico no debe nada a la existencia de un poder político, sino a una muy favorable y sostenida coyuntura económica, que las convirtió en emporios comerciales, beneficiándose de su ubicación fronteriza entre diferentes formaciones históricas.

Sobre la fecha del siglo XII. Son las actividades urbanas las que dan origen y perduración a las urbes, aunque la frase parezca una tautología o perogrullada. A tenor de los comentarios, creemos que conviene insistir en ello. En el caso de Oviedo, estas actividades (promoción urbanística, comercio, artesanado, transacciones monetarias, inmigración demográfica, instituciones de autogobierno?) no se rastrean hasta la década de 1120-1130 y su aparición es simultánea.

En conclusión. La labor del historiador consiste en elaborar relatos racionales, coherentes e integradores de todos los indicios, reliquias y testimonios que del pasado puedan recabarse, sometiéndolos a la más profunda crítica, contrastable por el resto de los colegas. La honestidad intelectual exige presentar el marco epistemológico que subyace al relato elaborado. Nosotros nos esforzamos por hacer patente el nuestro. Esperemos que en adelante otros hagan lo mismo. Nos satisface que nuestra aportación haya suscitado tanto debate, y nos reafirmamos en la convicción de que ni en la Historia ni en ningún otro campo del conocimiento existen reductos acotados, y en la seguridad de que quien publica somete su trabajo al público escrutinio.

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