Da igual que la ametralles o le tires bombas. Con sus brazaletes irrompibles lo desvía todo y con su escudo indestructible puede atravesar campos de batalla sin que el enemigo le haga el menor daño (tiene a su favor que nunca le disparen a zonas vulnerables, pero esto es un tebeo, qué demonios). Y es una mujer que cree en el amor como la fuerza que debe mover el mundo y conserva una inocencia invulnerable al desaliento, y eso que al abandonar la tierra de las amazonas se topa cara a cara con los mayores horrores del ser humano. Y, también, con la tentación carnal y sentimental que siempre turba lo suyo.

Wonder Woman acierta cuando sigue los pasos del primer Capitán América convirtiendo las andanzas de la protagonista en una gran aventura de tintes bélicos con alguna pirueta de espionaje. Y la I Guerra Mundial, tan desaprovechada por el cine, es un escenario propicio para que la película desprenda un aroma clásico tanto en su horma cinematográfica como en la fisonomía de cómic. Patty Jenkins agita con brío en la pantalla esa mezcla de humor ingenuo, casto amor y acción comedida que solo se desmadra en su primera parte con la batalla en la playa y el combate en las trincheras, ciertamente espectacular. La ayudan en su cometido una Gal Gadot convincente, un Chris Pine eficaz y algunos secundarios de postín, como el siempre imponente Danny Huston o una venenosa Elena Anaya que repite máscara tras La piel que habito. Ahora bien: no todo es bueno en Wonder Woman, y se podría correr el riesgo de echar la culpa a la presencia de Zack Snyder en la producción y escritura. La excesiva simplificación inicial de los orígenes mitológicos del personaje deja fuera una de armas más poderosas del comic. Y Jenkins se suma en exceso al estilo fácilmente imitable como director de Snyder en las escenas de acción, sobre todo en el desenlace cuando irrumpe un Ares poco temible y se cede demasiado terreno a un chorreo de efectos digitales previsible y machacón que diluye, en parte, el potente desgarro emocional que se avecina.