Cuatro años ha tardado Madonna en tratar de enmendar el irregular «Hard Candy» (2008) y publicar un nuevo disco de estudio, «MDNA», un lapso quizás excesivo para una industria que, apremiada por internet, se ha dado prisa en madurar las alternativas pujantes de Britney Spears, Lady Gaga y Rihanna.

Su duodécimo álbum, que se lanza hoy en todo el mundo, tratará de dilucidar si, en ese nuevo panorama, treinta años de carrera y 200 millones de discos constituyen pilares suficientemente sólidos como para sustentar su reinado, después de siete años sin un gran hito discográfico, los transcurridos desde «Confessions on a dance floor» (2005). Mirando en esa dirección, Madonna parece haber querido recompensar la paciencia de sus seguidores con un disco esencialmente bailable, que incluye ritmos «house y tecno», una zona central más frívola, y que deja espacio para la delicadeza.